Por Abel Pérez Rojas
A punto de concluir la primera mitad del año 2020, nos queda claro que tal vez éste represente el punto de no retorno, la marca, el “a partir de aquí”, de lo que siempre pensamos que podría ser el convulso futuro, por ello, es ocasión para mantener a salvo nuestra capacidad de asombro y aprender de lo que está sucediendo, inclusive del asombro mismo.
Poco parece imposible después de ver lo que ha transcurrido en estos primeros seis meses: pandemia mundial, crisis económica global, terremotos, la tormenta de polvo del Sahara, las manifestaciones antirracistas y contra la brutalidad policial en Estados Unidos, que se han replicado en buena parte de Occidente; la amenaza del asteroide 2018 VP1, con posibilidad de impactar a la Tierra en octubre, las peticiones de destitución de varios presidentes de sus respectivos países.
A esa brevísima lista de asuntos que aquejan a casi todos los habitantes del planeta, habría que agregar todas aquellas situaciones muy particulares de cada país y que hacen más aciagos estos días, como los altos índices de violencia, los atentados, la posibilidad de que junto con la pandemia del Covid-19 convivan otras epidemias como la del dengue, el sarampión o el zika; el incremento de la pobreza, sólo por mencionar algunos.
Son tantas situaciones que se han conjuntado en esta primera mitad de año, que parece como si las décadas previas hubieran transcurrido en cámara lenta, y que ya nada es imposible que suceda.
Con todo esto, es real que la capacidad de asombro de muchos se está volviendo laxa, de tal manera que cada vez se requiere de un estímulo mayor para atrapar su atención y cimbrarles.
Lo lamentable de entrar a una vorágine in crescendo, es que no hay tope y lleva aparejada la insensibilización y, por supuesto, la deshumanización.
Nos insensibilizamos, es decir, somos más máquinas y menos seres afectivos, cada vez que hacemos nuestro el fenómeno por el cual una noticia cruenta da paso a otra de mayor gravedad.
Nos deshumanizamos en la medida en que todo, absolutamente todo, nos da igual.
Nos volvemos menos humanos cuando, al darnos todo igual, nos anulamos para experimentar la otredad.
Sin la otredad nos encerramos en la isla del egoísmo, y desde ahí, asumimos que todo no está tan mal mientras mi círculo cercano esté más o menos bien.
La capacidad de asombro es la facultad que tenemos las personas para admirarse, maravillarse, fascinarse, conmoverse y sobrecogerse ante lo novedoso y poder aprender de ello.
La capacidad de asombro es un fenómeno para reconocerse en aquello que nos saca del estado de adormecimiento a causa de la “normalidad” o de lo que es común y ordinario.
Son tiempos en que la capacidad de asombro de los seres humanos está sufriendo embates, y tal vez con ello, sea el presagio de un futuro con seres menos sensibles, menos humanos.
Venga lo que venga en lo que resta del 2020, tenemos que poner a salvo nuestra capacidad de asombro, no como algo que se guarda y no se saca por ningún motivo.
No, a lo que me refiero, es a emplear conscientemente nuestra capacidad de asombro, para que ésta se mantenga intacta y nos sea útil para lo que se avecina.
¿O no?
Vale la pena darse cuenta. Vale la pena intentarlo.