Por Valentín Varillas
Volkswagen está en crisis, lo que no pueden sino ser pésimas noticias para una economía poblana que depende en gran parte del desempeño del sector automotriz.
La armadora alemana reporta su peor nivel de ventas en 5 años, realidad que se explica a la luz del escándalo mundial desatado a partir de la alteración de pruebas de emisiones tóxicas de los modelos a diésel de las marcas que opera.
Los primeros visos de lo que se vendría, se sintieron apenas un par de días de estos hechos, allá en el 2015, cuando sus acciones en la bolsa alemana cayeron 19% en apenas 48 horas.
Luego, las demandas colectivas presentadas en octubre de ese año en Tribunales de Distrito de California, Virginia y el Distrito de Columbia (Washington, D.C.), representando en cada una de ellas a clientes de más de veinte estados de la Unión Americana.
La pérdida de confianza hacia la marca, fue demoledora.
Y con razón.
Los pecados cometidos por la empresa automotriz son imperdonables.
Y en eso parecen coincidir los compradores de vehículos.
Volkswagen, de forma expresa e intencional, promocionó y publicitó en distintos medios de comunicación sus modelos Clean-Diesel, como extraordinariamente limpios y ecológicos, certificados ante la Agencia de protección al medio Ambiente (EPA) y afirmando que eran más eficientes que aquellos con motor a gasolina.
Por esa razón, los propietarios de los vehículos Clean-Diesel pagaron entre 1,000 y 7,000 dólares más por los modelos a diesel en comparación con aquellos con motores a gasolina.
Volkswagen Group of America engañó a los consumidores, instalando un programa capaz de reconocer cuando el automóvil era sometido a una inspección de emisiones contaminantes, activándose al momento un control de los niveles de emisión admisibles de óxidos de nitrógeno (NOx) y desactivándose al terminar para pasar las pruebas.
Durante la operación normal de los vehículos, las emisiones reales sobrepasaron cuarenta veces los estándares permitidos por la EPA, de acuerdo a las Normas de Aire Limpio, conocida en inglés como el Clean Air Act.
Los compradores, adquirieron un vehículo Clean-Diesel de alguna agencia o concesionario autorizado de Volkswagen, desconociendo que éste tenía instalado un programa incapaz de controlar los niveles de emisiones contaminantes.
A pesar de que la EPA ordenó al grupo automotriz, retirar todos los vehículos afectados y repararlos para cumplir con los estándares establecidos durante su operación normal, Volskwagen no pudo hacer que estos autos acataran la normatividad sin degradar sustancialmente sus características de rendimiento, potencia y eficiencia.
De esta forma, se generó una disminución importante del valor de cada uno de estos vehículos, ocasionando que sus propietarios tuvieran que pagar más por el combustible.
El mencionado software de Volkswagen les generó gastos extraordinarios, además de que en todos los casos se necesitaron reparaciones y modificaciones a los sistemas de los automóviles, los cuales además se depreciaron aceleradamente en su valor de mercado.
Lo más grave, es que Volkswagen sabía de la existencia de dichos dispositivos en sus vehículos con motor a diesel, hecho que no fue revelado a los clientes al momento de adquirirlos, bajo la falsa suposición de que los autos cumplían con la normatividad de emisiones de los Estados Unidos, que estaban certificados ante la EPA y que mantendrían sus características operativas durante toda su vida útil.
El chasco para los consumidores fue mayúsculo.
Las consecuencias para la empresa, han sido devastadoras en términos de gastos (18 mil millones de dólares, únicamente para enfrentar las consecuencias legales del escándalo) y de sus ingresos, reflejados en las bajísimas ventas reportadas.
No se ve cómo serán capaces de revertir esta realidad en los próximos años.
Lástima por una marca que fue sinónimo de calidad, honestidad y eficiencia por décadas.
Lástima también, por las demoledoras implicaciones que esto puede tener, para la economía poblana.
