Por Valentín Varillas
Con un capital político en su mínimo histórico, con un monumental desprestigio producto de su fallido regreso a Los Pinos y con una enorme falta de renovación de liderazgos, el PRI poblano podría ser el fiel de la balanza en el proceso electoral del 2021.
Por absurdo que parezca, su capacidad de sellar alianzas, en un escenario de elección cerrada, determinaría ganadores y perdedores en una contienda fundamental en donde, más allá de los ayuntamientos, la auténtica joya de la corona será el Congreso del estado.
¿Cómo la jugará el tricolor?
De entrada, por la postura que han tomado sus diputados en la actual legislatura, podría pensarse que existen mayores coincidencias con la mayoría que encabezan Morena y sus aliados.
Sin embargo, desde hace semanas, algunos liderazgos priistas hablan de que, muy pronto, podrían sentarse las bases para darle forma a una histórica alianza entre su partido y el otrora acérrimo enemigo: Acción Nacional.
Para darle luz verde a lo anterior, haría falta la aprobación de la dirigencia nacional del partido.
Hoy, bajo la batuta de Alejandro Moreno Cárdenas, las posturas de los representantes del Revolucionario Institucional han sido hasta cierto punto esquizofrénicas.
En algunas coyunturas fundamentales, que fueron determinantes en la definición de las instituciones públicas del país, han estado mucho más cerca del oficialismo de lo que podría pensarse.
En otras más, se han erigido como firme oposición, de la mano de un panismo que tiene como línea ir en contra de cualquier iniciativa que venga, tanto de Palacio Nacional, como de las bancadas de Morena.
En este contexto, adelantar cómo se vería en la oficina principal del edificio de Avenida Cuauhtémoc un maridaje con la derecha mexicana, resulta sumamente difícil.
Hay, sin embargo, un antecedente importante en términos de intentar llevar a cabo una coalición de tricolores y blanquiazules, con el objetivo único de pelearle el poder a la 4T.
Se empezó a fraguar desde que los números indicaban el inminente triunfo de López Obrador en la presidencial del 2018.
Los amarres entre partidos, evidentes sobre todo en el comportamiento de sus bancadas en el senado de la República, empezaron a ser más que evidentes.
Juran que el casi imposible proyecto de alianza, se fortaleció a partir de la controvertida resolución que emitió el Trife sobre la cuestionadísima elección a gobernador de Puebla.
Que los hombres fuertes de la política tradicional, los defensores del status quo y el capital, ante la posibilidad de control absoluto del presidente a poderes en teoría independientes, habrían dado el visto bueno y puesto sus chequeras al servicio de la causa.
Que el único perfil que apoyarían sería el de Rafael Moreno Valle, quien días antes de su fatal accidente reunió a sus incondicionales para festejar que tenía amarrada ya, la tan anhelada candidatura presidencial para el 2024.
¿Podría un escenario similar darse en la aldea?
¿Quién o quiénes tendrían los tamaños para plantarle la cara a la 4T poblana?
¿Y si lejos de ser oposición, el PRI acaba jugando de comparsa oficial en un enroque que le aseguraría a Morena mantener el control de los principales ayuntamientos y su aplastante mayoría legislativa?
Hoy, en el papel, el PAN es sin duda la fuerza opositora principal en el estado.
Pero no tarda en iniciar aquel tan anunciado ajuste de cuentas con el pasado.
Ese que tiene como objetivo principal las administraciones estatales emanadas del blanquiazul.
Los perfiles para llevar a cabo lo anterior ya han sido nombrados y simplemente afilan los cuchillos esperando los mejores tiempos, los más rentables en lo político y lo mediático para actuar sin miramientos.
Pruebas hay de sobra y todo parece indicar que voluntad, hay mucha, pero mucha más.
La erosión del capital político panista, después de lo que viene, parece inevitable.
Quién lo diría: un partido en supuesto peligro de extinción en Puebla, sería la quinceañera con la que todos van a querer en el 2021.