Por Valentín Varillas
Hace unos días, Genaro García Luna y Facundo Rosas Rosas, intentaron labrar camino para que, en Puebla, se consideraran los perfiles de un par de sus “hombres de confianza” para el cargo de próximo Secretario de Seguridad Pública estatal.
Así como lo lee.
Uno, fue el que llevó a cabo la fallida estrategia de guerra contra el narcotráfico en el sexenio de Felipe Calderón, la que en los hechos realmente consistió en generar una perversa sociedad entre autoridades y delincuentes.
El otro, se encargó de entregarle el estado a las bandas dedicadas al robo de combustible de Pemex, brindándoles a su vez una muy eficaz red de protección que les permitió crecer de manera exponencial en pocos años.
Con esas cartas credenciales, con ese monumental cinismo, esta nefasta pareja busca influir en la definición y operación del programa de seguridad pública que se va a implementar en la siguiente administración estatal.
Sí, la de Barbosa, la que encabezará un hombre emanado de las filas del Movimiento de Regeneración Nacional.
Por eso, la aspiración de García Luna y Rosas Rosas parece no tener el menor sentido, si aplicamos la lógica política más elemental.
Sin embargo, estos personajes aseguran que mantienen relaciones inmejorables con parte de lo que fue el grupo político y de operadores de Rafael Moreno Valle, que por aquellos torcidos renglones de la vida pública poblana, han sido bien recibidos en el seno barbosista.
¿Se imagina que algo parecido a lo que hemos vivido en los últimos 9 años se repitiera en el siguiente gobierno?
No, no vale la pena siquiera imaginarlo.
Miguel Barbosa ha definido a la seguridad como el tema prioritario del inicio de su gobierno.
Públicamente ha dicho que dará resultados visibles en la materia, apenas a los 100 días de su administración.
Adelantó el perfil militar y fuereño de su futuro secretario, reconociendo que no tiene todavía nombres probables, porque los consultará con Alfonso Durazo, Secretario de Seguridad Pública federal.
Lo anterior, significa implícitamente el visto bueno del presidente López Obrador al nombramiento, tal y como ha ocurrido en administraciones pasadas.
En la del propio Moreno Valle, por ejemplo.
Al llegar a la gubernatura de Puebla, en aquel 2011, había un especial nerviosismo por el tema de la seguridad pública.
Desde el inicio del proceso de entrega recepción se habían recibido y analizado decenas de currículums.
Ninguno parecía el óptimo.
Fue cuando Rafael le pidió a Calderón ayuda y este lo remitió con Eduardo Medina Mora, su especialista de cabecera en la materia.
Sin mucho análisis de por medio y privilegiando un tema de amistad personal, el hoy ministro de la SCJN recomendó a Ardelio Vargas Fosado, hoy supuestamente muy cercano a Barbosa.
Y así nos fue.
La pifia de Medina Mora tiene todavía nefastas consecuencias en la descomposición del tejido social y la zozobra con la que viven su día a día millones de poblanos.
Esperemos que la influencia de López Obrador y de Alfonso Durazo en la designación del próximo encargado de la seguridad pública estatal, tenga mejores resultados y se vea realmente un cambio urgente y radical.
Un buen inicio, sería eliminar de tajo cualquier influencia que sobre el tema pudieran llegar a tener García Luna y Facundo Rosas.
Hay que revisar permanentemente las historias de terror que involucran a ambos y su funesta herencia de sangre y corrupción.
Que no se nos olvide jamás.