Por Valentín Varillas
Veía con atención los 15 minutos que el lunes en la noche le concedió el periodista Carlos Marín al poblano Luis Miguel Barbosa, en su programa de Milenio Televisión.
No por breve, la entrevista deja de ser reveladora.
Primero, por el lenguaje, los tonos y la actitud del morenista, pareciera que, efectivamente, es el perfil más avanzado en términos de los acuerdos, hacia adentro y afuera de Morena, para competir en el proceso extraordinario poblano.
Después de los inevitables destellos de civilidad y cortesía políticas, al reiterar que de momento no aspira a ninguna candidatura, de que será respetuoso de los tiempos que marque la convocatoria, de jurar que va a esperar que primero el Congreso resuelva el trámite de nombrar a un gobernador interino, se dejó ya ver al político real.
Marín abrió formalmente la plática hablando del “Fair Play”.
Luego de una fallida analogía futbolística, cuestionó a Barbosa sobre si sería ético volver a ser candidato al gobierno del estado, después del accidente en donde perdió la vida la gobernadora Martha Érika Alonso y la respuesta no tiene desperdicio.
Miguel argumentó haber sufrido, en el 2018, una elección de estado. Se asumió como víctima de una campaña de guerra sucia y asedio, por parte del poder político poblano y que la “lamentable muerte de la gobernadora y del senador Moreno Valle, no cambian esa historia”.
Y para rematar su idea, no tuvo empacho en asegurar:
“Yo fui el agraviado, en su momento…yo fui el agraviado”.
Así, dos veces, como para no dejar lugar a dudas.
“Y lo voy a seguir repitiendo”- sentenció profético.
Habrá que guardar estas frases para la posteridad.
Y es que, en ellas, podemos encontrar la estrategia que llevará a cabo Morena para enfrentar la elección e intentar contrarrestar el uso de las figuras de Martha Érika y Rafael como símbolos de la campaña de quien compita por el morenovallismo para suceder a Alonso Hidalgo.
Aunque para muchos pueda tratarse de una “campaña de sangre”, al cuestionar a quienes ya no están aquí para defenderse, lo cierto es que en los hechos es la única estrategia que pudiera generarles cierta rentabilidad electoral.
Convertir a las víctimas en victimarios, en un esfuerzo desesperado por invertir los papeles del martirologio político que seguramente será la materia prima alrededor de la cual se tejerán los mensajes de los candidatos.
No parece dar para más.
Después de la hostilidad con la que se llevó a cabo el proceso electoral de julio pasado y del larguísimo proceso de calificación de la elección a gobernador, créame que todo ya está dicho.
Muy pocos epítetos y adjetivos nos parecerán novedosos.
La realidad política poblana se sigue interpretando desde los extremos.
Los blancos más brillantes y los más fúnebres negros dominan el análisis, las ideas, el decir y el hacer.
Esta realidad aniquila la creatividad de los genios del marketing político.
Sin embargo, tocados todos por la tragedia, a estas lumbreras no les quedará más remedio que confeccionarle a sus clientes un flamante traje de víctima que intentarán ceñirle a como dé lugar, para tratar de venderlo con éxito al electorado.
Quien interprete mejor el papel, tendrá la única ventaja competitiva real, en una elección que estará plagada de lugares comunes, frases hechas y guerras sucias recicladas.
Un eterno Déjà-Vu