Por Abel Pérez Rojas
“En la actualidad, ni por error las personas
pacíficas son tomadas como amorosas”
Perdemos de vista que para que haya una disputa se requieren al menos de dos partes, que en gran medida las confrontaciones diarias podrían eludirse si tomamos conciencia de eso, y que la fuente para evitar pelear es el amor.
En el día con día peleamos con quienes nos rodean por muchas cosas, entre ellas situaciones sin importancia que van escalando hasta ser motivo de rupturas, de relaciones irreconciliables y de agravios mayores.
Claro, en ese mar de desavenencias hay algunos casos en los que no se puede ni debe evitar el encararlos, si es necesario tomar medidas determinantes y contundentes, pero créeme que esos son los menos.
Es entendible que no nos demos cuenta de estas cuestiones básicas porque además del estrés cotidiano, estamos absortos en una sociedad edificada y orientada en la competencia, en la lucha y en el poder.
Desde pequeños nos enseñan a responder golpe por golpe y que esa es la mejor forma de ganarse el respeto de los demás.
Claro que esto de la devolución de golpes es muy evidente cuando se trata de agresiones físicas, pero hay otras formas un poco más ocultas que en la raíz son lo mismo, tal es el caso de las conversaciones que aprovechan la debilidad y situación del interlocutor para amenazar, chantajear o hacer que caiga en un error y así ganar la partida.
Con el paso del tiempo las cosas no cambian, quienes evitan la confrontación, quienes invitan a repensar las cosas, a la serenidad y al diálogo, son tomados como cobardes, como miedosos, como insensibles y peor aún, como traumados.
Hoy día, ni por error las personas pacíficas son tomadas como personas amorosas.
Esto no debe desanimar a quienes buscan la paz.
Quienes se esfuerzan en encontrar rutas alternativas de entendimiento deben tener claro que la paz no es fácil ni común en sociedades violentas como la nuestra.
Toma en cuenta también, que no todas las personas con las que se puede llegar a pelear son necias, ni mucho menos malévolas, gran parte de las personas con las cuales entramos en colisión son víctimas de las mismas estructuras que nos aprisionan, asfixian y que nos vuelven agresivos.
Si bien no podemos cambiar de la noche a la mañana las tergiversaciones, manipulaciones y desorientaciones sociales que provocan relaciones humanas de confrontación y de desgaste, sí podemos al menos con nosotros mismos no abonar a la pugna, para ello hay que tener firmes nuestra vocación amorosa y la convicción de hacer el bien.
A propósito, hay varias estrategias que vale la pena tener presente para evitar la pelea, de manera muy breve te comparto aquí algunas de ellas.
Solicita un paréntesis de tiempo para pensar y replantear algo, esto puede disminuir la tensión en un asunto que pudiera ir tornándose tenso.
También es importante identificar la vía de comunicación que predomina en una relación tensa, a fin de sustituirla por otra, con el propósito de evitar inercias y malos entendidos.
Muchas veces he visto cómo se evitan pugnas sustituyendo la vía oral por la escrita o viceversa, cómo muchos asuntos se resuelven con una reunión, con una videoconferencia o con un encuentro informal.
Haz uso del poder de intermediación de alguna persona en común, esto suele ayudar más de lo que parece, sobre todo en casos en los que las vías de diálogo están muy deterioradas.
Piensa en escenarios alternativos a los que están en pugna, plantea casos hipotéticos, entre ellos alguno o algunos en los cuales se analice lo contrario o diferente a lo que tú estás proponiendo.
Regreso al punto inicial, para pelear se requieren de dos, así que si nosotros nos desactivamos de ser el “otro” conflictivo, entonces no hay pleito y podrían presentarse las condiciones para un mejor entendimiento.
Vale la pena darse cuenta, vale la pena intentarlo, ¿te atreves?