24-11-2024 07:35:14 PM

Puebla, el Macondo nacional

Por Valentín Varillas

 

Hay que reconocerlo: desde su asunción como grupo hegemónico, el morenovallismo inauguró el “realismo mágico” como sello característico en el ejercicio del servicio público y la política poblana.

Aquí, se vive en un microcosmos que se rige bajo leyes particulares y una lógica muy específica que, siempre, invariablemente, acaba jugando a favor de los intereses de los suyos.

Sí, habitamos una especie de macabra isla de lo bizarro y lo grotesco.

Ejemplos sobran y pueden ser conjugados en pasado y presente.

Aquí, los números se mandan solos y la matemática elemental de plano no aplica.

Lo que tendría que sumar, resta; lo que debería restar abona y lo que acaba dividiendo es en esencia un multiplicador.

Por eso, en la surrealista realidad poblana, medio millón de votos extraviados te dan una gubernatura.

Bajo esta lógica, resulta lo más normal del mundo que te derroten estrepitosamente en las principales alcaldías, en la mayoría de diputaciones del congreso local, en casi la totalidad de los distritos federales, en la competencia por el Senado de la República y “ganes” por más de 120 mil votos la titularidad del ejecutivo estatal.

En este mundo al revés, los demócratas y pacíficos son los que se roban paquetes electorales a punta de pistola, los que detonan armas de fuego al interior de casillas sin importarles la integridad física de los votantes y los que siembran cadáveres para inhibir la participación ciudadana.

También los que se valen de instancias y poderes públicos para sacarle una ventaja a sus adversarios.

No, aquí los inadaptados generadores de violencia son los que de plano no se dejan y tienen la osadía de rebelarse y atreverse a protestar.

Y es que, la protesta ante los monumentales y descarados abusos, en esta tierra surrealista, debe ser callada, tranquila, muda, sorda, paralítica, para no incomodar a las buenas conciencias.

Las víctimas son los que extorsionan, amenazan, espían y compran voluntades y los “otros”, los que tienen que presentarse para rendir cuentas ante la justicia.

Normal.

También muy normal que el recinto de los garantes de inusual entramado democrático sea cercado por elementos armados y se blinden de aquellos indeseables personajes de los medios incómodos, relegándolos a sótanos de la ignominia.

Los “raros” somos los que no nos hemos acostumbrado, después de ocho años, a esta torcida naturaleza de las cosas.

A los que no nos cuadra que la obra pública poblana costara 10 veces más que en el resto del país, sin un beneficio adicional tangible.

A los proyectos faraónicos que colapsan con la primera lluvia de temporada y ciclovías de lujo mal planeadas que no fomentan el uso masivo de este medio de transporte, como alternativa al tráfico y a la contaminación vehicular.

Los que no entendimos la supuesta Puebla moderna, la de vanguardia, en donde se ensayó una alquimia presupuestal que endeudó al estado a niveles históricos, pero que sostiene hasta la fecha que todo lo hecho en un sexenio fue “sin pedir un solo peso prestado”.

En donde el agua es privada y se vende como un artículo de lujo, mientras en el resto del mundo es un derecho humano de acceso universal.

Aquí, lo común es desafiar las leyes de la física para encubrir a los asesinos de un niño indígena y garantizarles impunidad por los siglos de los siglos.

De paso, mentir y manipular para criminalizar a la víctima, utilizando facciosamente las instituciones públicas e inventar una versión oficial de los hechos, basada en cabezas de marranos.

Esas instituciones que sirven únicamente para darle salida a rencillas y odios personales, para ajustar cuentas con los que se atreven a disentir y no como un medio para procurar y administrar justicia.

En la Puebla mágica, el concepto de seguridad debe entenderse a través de la infiltración de criminales en el servicio público y la política, viendo como natural esta perversa sociedad que hace crecer delitos y negocios personales a niveles insospechados.

Total, que se joda el tejido social.

Y así podríamos seguirle hasta llenar páginas y páginas enteras.

Nuestro estado se ha convertido en un extraño laboratorio en donde, en nuestra vida pública, suceden cosas únicas, inexplicables e irrepetibles en otro lugar.

Simple casualidad o bien, un oscuro capricho de la naturaleza.

Si el gran García Márquez hubiera vivido en esta tierra, en estos tiempos…

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