Por Valentín Varillas
Apenas hace algunos meses, el joven Rodrigo Abdala era el poblano de mayor influencia y cercanía con Andrés Manuel López Obrador y sus hijos, el verdadero y único centro neurálgico de la toma de decisiones al interior de Morena.
Atraídos por su juventud, ganas y supuesta capacidad de acción, los López decidieron que Abdala se echara en hombros la creación, definición y operación de la estrategia electoral para Puebla.
Sí, todo el pastel.
Influyó también en la decisión de esta sui géneris cúpula familiar, el apoyo incondicional que Abdala ha recibido siempre de su tío político, Manuel Bartlett Díaz y su supuesto “profundo conocimiento” del estado que tuvo la oportunidad de gobernar.
Semejantes derechos, suponen responsabilidades del mismo nivel y trascendencia.
A Abdala se le encomendó la titánica tarea de establecer las bases para la creación de la estructura del partido en la mayoría de los municipios del estado.
Esa estructura que, además de apoyar los proyectos de los candidatos a los diferentes cargos de elección popular, serviría como antídoto ante un potencial fraude electoral.
Fraude que, elección tras elección, se pasea como fantasma en el imaginario colectivo de la izquierda y que en su lógica explica sus más dolorosas derrotas en las urnas.
Además, a Rodrigo se le pidió que presentara una lista de perfiles congruentes con la imagen y el discurso de Morena y que pudieran integrarse a sus candidaturas.
Así pues, pasaron los días, las semanas, los meses.
Los plazos se agotaron y los resultados, simple y sencillamente nunca aparecieron.
Brillaron pos su ausencia.
Los avances fueron prácticamente nulos.
Ni bases para el establecimiento de la estructura, ni ideas sólidas para generar la estrategia de acción electoral, mucho menos la lista de propuestas de posibles candidatos.
Nada de nada.
¿Las razones de semejante fracaso? –imposible conocerlas a detalle.
Pánico escénico, terror a tan gigante responsabilidad, miedo a no poder dar resultados, todas las anteriores o ninguna de las anteriores.
Sólo él lo sabe.
Lo cierto es que, este hecho marcó un parteaguas en la vida interna del Movimiento de Regeneración Nacional en Puebla.
Vinieron las divisiones, se generaron vacíos, se reacomodaron los liderazgos y fueron otros, quienes se echaron al hombro la tarea de tomar decisiones y asumir las consecuencias.
Hoy, Rodrigo Abdala es apenas un convidado de piedra en los eventos de Morena.
Una figura decorativa que acabó siendo como el tecito: ni hace daño, ni hace bien.
Nada que ver con lo que pudo ser.
Lo decía aquel patético narrador deportivo: “la tenía, era suya y…”
Bueno, ya sabe cómo termina.
Y parece no haber vuelta de hoja.
El curioso caso Manzanilla
Fue Fernando Manzanilla al primer personaje al que se le ofreció el control total de Morena en Puebla, después del fracaso de Abdala.
Bastaba una palabra suya para amarrar la candidatura al gobierno estatal.
La joya de la corona, el cargo por el que muchos lo darían todo.
No lo quiso.
Simple y sencillamente, pudiendo pedirlo todo, se conformó con una candidatura a la diputación federal por el distrito 12.
No quiso enfrentar al grupo político al que perteneció y en donde se formó.
Raro, muy raro.
Sobre todo porque Fernando sigue negando obsesivamente cualquier liga con aquel monstruo que él ayudó a crear y que un día, aparentemente, se volvió en su contra para devorarlo.
Qué mejor muestra de congruencia hubiera sido aprovechar la oportunidad de enfrentarlo.
Y es que, si existe alguien que conoce las entrañas del actual grupo en el poder es él.
Este hecho lo colocaba como el mejor candidato a la gubernatura.
Simplemente dijo que “no”, que “gracias”, que “ahí para la próxima”.
Mientras, en el discurso, la izquierda jura que no hay lugar para tibiezas y que es el momento de ir con todo.
Paradojas de la política.