Por Valentín Varillas
Para Rafael Moreno Valle, Eduardo Rivera Pérez no era, ni de chiste, el mejor perfil para competir por la alcaldía de Puebla en el 2010 y sumar los votos necesarios para ganarle al marinismo la elección a gobernador.
Lalo jamás fue bien visto por Rafael, quien en su momento movió cielo, mar y tierra para evitar que Lalo se convirtiera en la posición yunquista para competir por la presidencia municipal.
Así lo demostró en diferentes ocasiones.
Una vez seguro de que no tendría oposición en el proceso interno, Moreno Valle realizó una serie de reuniones con destacados panistas de diferentes puntos del estado, para analizar el perfil ideal de quien lo acompañaría como candidato a la alcaldía de la capital.
Ahí, Rafael no tuvo empacho en reconocer que el mejor escenario para los intereses electorales del PAN y para él en lo particular, sería que Ana Teresa Aranda pudiera dejar atrás las rencillas y los ataques personales y se decidiera buscar la presidencia municipal de Puebla en el proceso 2010.
De esta manera, la popularidad de La Doña serviría para garantizar una buena cantidad de votos en la capital, lo que le permitiría tener mayores posibilidades de ganar la gubernatura del estado.
Según los estrategas del gobernador electo, con Rivera tendrían que quebrarse la cabeza para diseñar y operar una campaña que tenga como objetivo “arrastrar” al aspirante a la alcaldía para tratar, por lo menos, de obtener un resultado medianamente digno y enfocarse en redoblar esfuerzos para amarrar un número de votos inédito para el PAN en el resto de los municipios del estado.
Una vez que entendieron que llevar a Ana Tere como candidata era imposible, más que por el veto yunquista, porque la propia Aranda calificó sus diferencias con Rafael como “insalvables”, Rafael echó a andar el Plan B, que tenía como objetivo principal perfilar a Amy Camacho como candidata a la alcaldía.
Cabildeó con los altos jerarcas de la Organización, resaltando las supuestas ventajas que para sus intereses tendría una candidata ciudadana que pudiera atraer a quienes no tenían una simpatía declarada por algún partido en particular, pero que se manifestaban a favor de un cambio radical en la forma de hacer política en el estado.
En ese contexto se manejaron insistentemente versiones en el sentido de que Camacho Wardle tenía posibilidades reales de estrenarse por fin en la política partidista.
Al final, nada.
La última carta para descarrilar a Rivera se la jugó Moreno Valle con Humberto Aguilar Coronado.
Superados los desencuentros que protagonizaron cuando compartieron fórmula en la elección al senado en el 2006, El Tigre aceptó participar en un proceso interno en donde no tenía ninguna oportunidad de ganar, a cambio de integrarse de lleno a la campaña de Rafael y de ganar, intentar amarrar alguna posición en el próximo gabinete, sólo para dejar evidencia de la inconformidad de Rafael por la nominación de Rivera.
Como era lógico, la posición de los duros se impuso y ambos candidatos tuvieron que cerrar filas en aras de obtener un buen resultado electoral.
Hoy, la realidad es otra, completamente distinta a la del 2010.
Lalo tiene niveles de competitividad electoral muy altos, similares a los Martha Erika Alonso si decidiera competir por la gubernatura del estado y por lo mismo, es la carta que podría garantizar el máximo de votos potenciales para el PAN y sus aliados en el 2018.
Ante la falta de crecimiento político de miembros de su burbuja, muy mal posicionados en las encuestas, lejos de ser un buen Plan B, la candidatura de Rivera a la alcaldía sería el mejor escenario para los intereses electorales del morenovallismo.
Paradojas de la política.