Por Valentín Varillas
Negro, muy negro panorama enfrentará el Revolucionario Institucional en el proceso electoral 2018.
Por lo menos en Puebla.
Sus principales “liderazgos”, lejos de jugar a favor de los intereses políticos de ese partido, en los hechos significan pesados lastres que reducen sus posibilidades de ganar la gubernatura del estado.
De entrada, el presidente Enrique Peña Nieto.
El jefe del ejecutivo federal cuenta con el rechazo del 67% por ciento de los poblanos, algo que no puede ser considerado como un activo que beneficie a los abanderados del tricolor.
Al contrario.
A poco más de un año de gobierno, en Los Pinos operan ya bajo la lógica de la derrota.
La principal crítica se ha centrado en la falta de acciones concretas para atacar los sonados casos de corrupción que han caracterizado el regreso priista a las más altas esferas del servicio público nacional.
La permanencia a sangre y fuego de funcionarios como Rosario Robles -involucrada en operaciones de desvío de recursos públicos a través de universidades- y Gerardo Ruiz Esparza –con irregularidades en el otorgamiento de contratos y desarrollo de proyectos de obra pública- nos demuestra que al grupo del presidente no le importa ya terminar el sexenio en el más absoluto desprestigio.
En el caso de los posibles candidatos a la gubernatura, el tricolor vive una auténtica fatalidad.
El perfil más competitivo que tienen, el que podría maximizar el número de votos a su favor, vive un exilio dorado en Colombia, en donde funge como embajadora.
Blanca Alcalá, a pesar de todo, es la que mejor aparece en las encuestas.
Al elector potencial local parece no importarle el que haya perdido ya una contienda por el gobierno estatal y al preguntarle por quién le gustaría que fuera el candidato del PRI, la mayoría la mencionan.
Blanca demolió, como candidata, el voto duro priista.
Como abanderada en el 2016, éste se redujo en más de 300 mil votos en apenas seis años.
Para un partido que depende en gran medida de la operación de lo que queda de su estructura, lo anterior parece demoledor.
No han sido capaces de sumar votos ciudadanos.
El segundo mejor perfil para el PRI es el de Enrique Doger, más de lo mismo.
Un personaje que ha tenido que recurrir a Mario Marín para volver competitiva su aventura electoral.
Doger pretende colgarse de lo que queda de la estructura y capacidad de operación de quien hasta la fecha es considerado como el enemigo público número uno de la política poblana.
Hasta hace muy poco, el propio Doger lo consideraba así.
Es más, en su momento fue el principal crítico del entonces gobernador, al grado de que apostó a su caída después del escándalo de las grabaciones con Kamel Nacif por el caso Lydia Cacho.
Con tal de intentar cumplir su sueño de ser gobernador, o bien de estar en condiciones de venderle caro su amor al morenovallismo, Doger está dispuesto a convertirse en el “candidato precioso”.
El que Marín haya sido el invitado principal de la comida de cumpleaños del delegado del IMSS, resulta por lo menos revelador.
Ni hablar.
Otro de los que suenan para la posición es el subsecretario de Sedatu, Juan Carlos Lastiri.
En términos del importante cargo que ocupa en el organigrama del gobierno federal, es un aspirante natural a la candidatura.
Con él como abanderado, en teoría, la operación electoral de la Federación estaría garantizada al máximo.
Sin embargo, al ser medido en las encuestas, muestra un posicionamiento francamente penoso en términos de rentabilidad electoral.
No hay manera de hacerlo crecer, por más millones que pudieran desviarse para intentar hacerlo ganar.
Tal vez por esta razón, su jefa y amiga Rosario Robles rechazó la responsabilidad de encargarse del tema electoral poblano.
Así está el posicionamiento de los priistas de cara al 2018.
Como puede ver, son los mismos de siempre.
No han querido oxigenar su oferta electoral con otros perfiles que tal vez pudieran venderle algo diferente a los electores locales, los que en el 2010, 2013 y 2016 les han demostrado que no quieren a ese PRI.
¿Algún día lo entenderán?