Por Valentín Varillas
Una de las historias que se tejen alrededor de la red de espionaje que operaba Rafael Moreno Valle durante su sexenio, tiene que ver con un experto en materia de seguridad nacional, muy cercano a un personaje de altísima influencia en el gobierno federal, quien habría dado fe de la veracidad de las grabaciones poco antes de que se hiciera pública la lista de afectados.
Este individuo habría confirmado que, efectivamente, el presidente Peña y miembros de su círculo más íntimo habían sido intervenidos en sus comunicaciones personales.
El informe no gustó, para nada.
Por eso, desde Los Pinos no se hizo el menor esfuerzo por detener la exposición mediática masiva de un tema que le pega directamente y de forma demoledora al poblano, uno de los incondicionales de jefe del ejecutivo federal.
En este contexto se entiende que se le haya dado luz verde a los más importantes medios de comunicación del país -los que tienen como principal fuente de ingresos los convenios de publicidad signados con el gobierno de la República- a darle juego al asunto del espionaje con particular intensidad.
Nadie intervino, mucho menos intercedió.
Ni siquiera los cientos de millones de pesos gastados por Moreno Valle en medios como Televisa, cuando era gobernador, sirvieron para parar el madrazo.
Cabildeo hubo, tiempo para hacerlo también.
Desde la hora en que se llevó a cabo la rueda de prensa de Barbosa y Manzanilla, hasta el momento de la transmisión del noticiero estelar del canal más importante de la televisora, se intentó por todos los medios evitar que se le diera difusión a la red de espionaje montada y operada durante su sexenio.
No se pudo.
Y lo peor, Televisa repitió hasta la saciedad el tema en el programa de Loret de Mola, el que privilegia el contenido político y fija la postura de le empresa en temas de esa índole.
Es evidente que la presidencia tenía un interés especial en que el escándalo tuviera difusión.
¿Las causas?
Imposible saberlas con precisión, pero hay varias probables.
Es cierto que el gobierno federal y la mal llamada “inteligencia nacional” quedan en ridículo al ser incapaces de blindar del espionaje a Peña y a los secretarios más importantes de su gabinete.
Pero también es cierto que puede ser una maniobra para desmarcar un poco al presidente del escándalo en el que se vio envuelto cuando se ventiló la red de espionaje que sus aliados operaban, tema que se volvió un escándalo internacional.
En aquella ocasión, el propio Peña declaró que él mismo se sentía espiado y que por eso cuidaba los temas que manejaba en sus comunicaciones privadas.
Al mostrar que el espionaje es una práctica común en México y que otros actores políticos lo ensayan descaradamente, en su óptica, pudiera ser un antídoto contra el constante deterioro de su imagen.
Pero también es posible que se trate de una medida que pretenda garantizar al máximo la lealtad de Moreno Valle a la figura presidencial.
Si bien se da por hecho que el ex mandatario poblano jugará electoralmente las cartas de Peña en el 2018, un seguro adicional puede no estar de más.
Y es que, las traiciones y deslealtades están a la orden del día en la política nacional y es mucho, muchísimo lo que se juega el grupo gobernante en el proceso electoral del próximo año.
Enrique, a quien Rafael considera su amigo, pudo hacer mucho para que el tema del espionaje no trascendiera como trascendió y evitara que se convirtiera en un escándalo nacional de consecuencias todavía no medibles para Moreno Valle, sus aspiraciones y su facultad de tener el control absoluto del reparto de candidaturas en Puebla.
Simplemente no quiso, o no le interesó.