Por: Valentín Varillas
Hoy para nadie es un secreto que la agenda electoral del gobierno federal y la del Revolucionario Institucional en este 2016, caminaron por senderos paralelos, distintos, en algunos casos mutuamente excluyentes.
Las conversaciones en donde personajes que forman parte de la columna vertebral del gabinete del presidente Peña festinaban los pésimos resultados alcanzados por “su partido” en las elecciones estatales, son prueba contundente de lo anterior.
“Madrear a Manlio” fue la consigna que ensayaron con descaro Miguel Ángel Osorio Chong, Luis Videgaray y José Antonio Meade, alfiles importantes en la estrategia de operación electoral del gobierno de la República, apoyo fundamental del tricolor sobre todo en estados en donde son oposición.
La pugna, sobra decirlo, marcó el comportamiento y desempeño de aquellos priistas poblanos con responsabilidades concretas y específicas en la campaña de Blanca Alcalá.
Ninguno tragó fuego.
Su lealtad y lógica de acción estuvieron con quienes, desde muy alto, sabotearon al PRI en el contexto de eliminar potenciales adversarios internos para la sucesión en el 2018.
Una sucesión que, sobra decirlo, hoy se ve más lejos que nunca.
Sin embargo, los tricolores poblanos fueron obligados a entrar a esta dinámica perversa que en teoría es más conveniente para ellos y amplía sus posibilidades de seguir vigentes en la política.
Por eso aberraciones como la de nombrar a Silvia Tanús como encargada de la operación electoral tricolor y de las acciones de contención contra la estructura oficial.
Y qué pensar de la encomienda de Javier López Zavala de “bajar” los recursos necesarios para el sostenimiento y movilización de la estructura.
Esos que nunca llegaron a quienes de verdad podían trabajar en la obtención de votos y que al final quedaron en las manos de sus incondicionales bajo la consigna: “te lo manda tu amigo Zavala”.
¿Y los yerros de Armenta como coordinador?
Las puestas en escena y demás exabruptos abonaron a llevar a su candidata al cadalso.
Aliarse a los peñistas fue la apuesta y esperan cobrarla con réditos en un par de años más.
¿Jiménez Merino?
Un cero a la izquierda que, por cierto, si lo vuelve a ver dígale que su carrera política está hoy como la libra esterlina después del Brexit.
A esto, súmele a un Gerardo Mejía como auténtica nulidad coordinando a los comités municipales y a un Pepe Chedraui que, como “amigo” del presidente, tuvo que seguir la línea dictada por quienes, desde Los Pinos, tienen secuestrado a su cuate.
Bajo esta lógica, se entiende el autismo de la totalidad de los delegados federales, quienes desde un mes y medio antes de la elección se daban ya por perdidos.
Lo mismo pasó con los diputados federales poblanos emanados del PRI, quienes tenían responsabilidades concretas en los distritos que “ganaron”.
Ya para qué hablar de los partidos que se aliaron al tricolor.
Esos que nada aportan al sistema político mexicano, que son un negocio para las mafias que los controlan y que desde hace años tendrían que haber desaparecido.
Y es que, bajo la dinámica de la política actual, planear bajo premisas tan débiles como los frecuentemente incobrables cheques al porvenir, parece más arriesgado que conservador y seguro condenará a la quimio a un grupo de células cancerígenas de priistas que tienen a su partido en fase terminal.
Buscar la destrucción total para que, como Ave Fénix, se resurja de las cenizas bajo nuevos liderazgos, parece más materia prima de un chabacano guión hollywoodense, que el producto de una estrategia real que tenga como objetivo que el PRI vuelva a ganar elecciones en Puebla.
Quienes creen en esto, piensan también que Peña cobrará la factura por no meterse en Puebla en el 2018.
Que tendrá en el gobernador Moreno Valle un aliado que le ayudará a heredarle a un priista la presidencia y que, porque Puebla es uno de los estados que más votos aporta al padrón nacional, un priista recuperará el gobierno estatal.
Por eso los recientes y obsesivos destapes.
Esos que, más que confianza y optimismo, han desatado en la clase política poblana las más crueles burlas y las más despiadadas mofas.
El PRI del 2018, como el PAN del 2012, corre el riesgo de caer, desde la presidencia de la República, hasta la tercera fuerza nacional.
Están dadas todas las condiciones para ello.
Y la debacle, de concretarse, arrasará con todo.
Ya lo verá.