Por: Valentín Varillas
En el caso de la elección de Puebla, el gobierno federal no solo no ha operado como se esperaba a favor de Blanca Alcalá, sino que ésta ha sufrido también las consecuencias de la mala imagen que tiene su partido en el estado.
La marca PRI en Puebla parece estar por los suelos en términos de intención de voto, lo que obliga al partido a competir prácticamente con su voto duro.
Esta realidad, teniendo enfrente el titánico reto de recuperar el gobierno, parece una pesada losa, imposible de cargar.
Existe hoy un altísimo anti-priismo reflejado en encuestas y estudios de opinión, que ha blindado al candidato del PAN de los ataques en su contra.
Las razones por las que la mayoría de los poblanos no quieran de momento otro gobierno tricolor pueden estar relacionadas con la herencia dejada en el sexenio anterior.
Es decir, sigue vigente el contundente y claro repudio a la imagen del exgobernador y todo lo relacionado con él.
Sin embargo, también influye y mucho, la enorme desilusión que para los poblanos ha representado el regreso del tricolor a Los Pinos.
Imposible no relacionar al partido con el gobierno de la República, por más que algunos intenten separarlos.
De acuerdo con un sondeo publicado por el periódico Reforma, a mediados del pasado mes de abril, la popularidad de Peña se desplomó a un 30%, el nivel más bajo desde que asumió el poder en diciembre de 2012, lo que representa un mínimo histórico para un gobernante mexicano.
Según este ejercicio, la demoledora mayoría considera que el presidente ha fracasado en los aspectos centrales de su gobierno.
Los encuestados evalúan de forma muy negativa el combate a la corrupción del gobierno federal (73% la consideran mala), su gestión económica (68% la evalúan de forma desfavorable), el combate a la pobreza (68%), el combate al narcotráfico (65%) o la política de seguridad pública (61%).
Las condiciones que se vivieron en la última elección estatal, cuando ganó Rafael Moreno Valle fueron distintas en términos de la percepción presidencial.
Felipe Calderón, presidente emanado del PAN, reportaba en el 2010, en promedio, niveles de popularidad de 54%, es decir, 24 puntos porcentuales más que el actual mandatario.
Sin ser alto el porcentaje, la imagen de Calderón no representaba un lastre para el entonces candidato.
En términos de operación y apoyo electoral, también hubo diferencias importantes.
Más allá de la veracidad de aquella versión que asegura que Mario Marín negoció Puebla a cambio de evadir las responsabilidades legales del caso Lydia Cacho, el entonces candidato Rafael Moreno Valle parecía tener armas mucho más efectivas y poderosas para llegar a Casa Puebla.
De entrada, el entonces presidente Felipe Calderón sí metió las manos en el estado para apoyar a quien en ese tiempo consideraba como un incondicional aliado.
La operación electoral de la federación dejó sentir su peso en Puebla a través de los programas sociales operados por ese nivel de gobierno, haciendo dupla con un auténtico ejército magisterial que contó con el trabajo de cientos de maestros provenientes de otros estados, coordinados por Elba Esther Gordillo.
Blanca, hoy, no cuenta ni de cerca con apoyos de semejante magnitud.
El gobierno priista ha dejado hacer y pasar, dejando la responsabilidad del resultado al CEN del PRI, que a diferencia de otros estados luce en Puebla completamente solo.
Pelear en estas condiciones, contra la monumental y millonaria estructura electoral del morenovallismo, se acerca mucho a la definición de lo que se considera como un suicidio electoral.
Muy pronto veremos si el pronóstico se cumple.