Por: Valentín Varillas
Melquiades anda nervioso.
Otra vez, las caprichosas coyunturas políticas lo ponen entre la espada y la pared.
Su disyuntiva no es menor: optar por la institucionalidad y apoyar en su calidad de liderazgo priista el proyecto de Blanca Alcalá o bien, dejar que el corazón le gane y sumarse alegre a la intentona de perpetuar el morenovallismo a través de la figura de Tony Gali.
Por eso, fiel a su estilo, ha optado por la fácil:
Le ha pedido a los altos jerarcas de su partido que le regalen un benéfico exilio dorado en otro estado de la República en donde se vayan a celebrar elecciones, con el compromiso de operar entusiasta a favor de los intereses tricolores.
Cansado de que le cuelguen la etiqueta de traidor, Morales Flores no quiere estar en Puebla mientras se juega una de las elecciones más importantes de los últimos años, la que sentará las bases para definir el futuro político del estado en el mediano plazo.
Si bien en teoría, un exgobernador priista es una activo importante para el partido que lo llevó al poder en un contexto electoral complicado como el actual, también es cierto el hecho de que, fríamente, para él existe una mayor conveniencia si se amarra la continuidad del actual régimen.
Hijos, yernos, sobrinos, antiguos colaboradores, amigos han sido beneficiados hasta la saciedad en este sexenio y su mejor escenario es que las cosas continúen así.
No hay que olvidar que en Puebla no se tiene un gobierno estatal realmente panista, sino uno que surgió de una importante escisión de grupos del PRI.
La pugna Marín-Melquiades sigue viva y generando enconos, divisiones y fracturas.
Razones, al parecer, hay de sobra.
De entrada, el proceso de selección del candidato priista en el 2010, en donde la imposición marinista dejó fuera de la contienda a cualquier otro perfil.
Melquiades, en su faceta de rebeldía, asegura haber sido una víctima del marinismo.
Que no lo trataron bien.
Que se violaron los códigos más elementales de la cortesía política, en función de lo que marcan las reglas no escritas de la sucesión.
Que la muestra más clara de lo anterior fue el calvario que padeció su hermano Roberto como Secretario de Salud en ese sexenio.
Que lo madreaban sin piedad a la menor provocación.
Que lo convirtieron en un títere rehén del grupo gobernante, en una auténtica figura decorativa sin voz ni voto en la dependencia.
Y que al final, en el colmo de la aberración, se encargaron de colgarle la etiqueta de corrupto, cuando fueron otros los que se enriquecieron impunemente.
La decisión de los estrategas de la campaña de López Zavala de utilizar un tema polémico como el hoyo financiero, que invariablemente repercutiría en ataques y descalificaciones al exgobernador, caló hondo en el ánimo del clan Melquiadista.
Melquiades fue fundamental en el proceso legal que llevó a la cárcel a Alfredo Arango, acción con la que se pretendió reivindicar la figura de su hermano agraviado.
Pero eso no es todo.
Las fracturas se agravaron durante el larguísimo proceso de entrega-recepción de la administración pública estatal.
Mario Marín sintió como una “vendetta personal” el hecho de que se revisaran con lupa los movimientos financieros y las nóminas de secretarías consideradas como focos rojos en materia de corrupción y que fueran precisamente personajes cercanos a Melquiades los encargados de operar las distintas auditorías.
Revancha pura.
En este complicado contexto, es evidente que ambos personajes no caben formando parte de un mismo proyecto.
Sus intereses y reivindicaciones son mutuamente excluyentes, vamos, irreconciliables.
Si se concreta el exilio melquiadista será, sin duda, su mejor escenario.
Sin embargo, voces la interior del PRI aseguran que el siempre perverso Manlio Fabio ya le da forma a un mecanismo malévolo para amarrar a Melquiades y obligarlo a decantarse por la opción tricolor.
¿Será posible?
No me imagino cómo.
Hoy hay mucho más rentabilidad para Melquiades Morales en la victoria de Gali, que en el triunfo de Blanca.
Y eso, pesa más que la supuesta fidelidad al partido.