Por: Guillermo Alberto Hidalgo Vigueras
Tiempo hace que no caminaba por las calles de la “Ciudad de las flores”, como me acuerdo que se le llamaba al Hoy Pueblo Mágico de Atlixco Puebla, lugar donde tuve la oportunidad de terminar parte de segundo y todo tercero de secundaria en la Escuela Secundaria Federal Melchor Ocampo, cuando a mi padre, militar de carrera lo designaron al 9º. Regimiento de Caballería que dirigía en ese entonces el General Antonio Barba Gómez.
En aquel entonces no había la carretera federal que ahora existe, sino otra en su lugar que buenos peligros daba, además de la muy mala calidad del asfalto, y de la vía Atlixcayotl ni que decir, ni en sueños, pero al fin y al cabo después de arreglos de la carretera “vieja” se fue construyendo esta nueva vía que tanto movimiento y beneficios trajo a la ciudad y detonó un gran movimiento.
Total, que después de mucho pedir de mis hijos, me decidí a visitar la famosa Villa Iluminada, solo por no dejar y sin pensar de las emociones que me encontraría, para empezar la visita a la casa paterna que siempre es una delicia al poder contar aún con mis padres vivos y de ahí a la multicomentada visita a “Villa Iluminada”.
Pocas ganas tenía yo de caminar, sin embargo al llegar al estacionamiento y saliendo de mi vehículo (algo de malas debo confesarlo) empezó el cambio al ver tanta gente que llegaba de no sé donde, la cosa es que desde que uno entra se puede notar la seguridad y la atención que los diferentes cuerpos de Seguridad le ponen al que va llegando, propios o extraños.
La gente de Policía, de Tránsito de Protección Civil y quienes son contratados precisamente para atender la Villa iluminada, la cosa es que aún no se pierde aquella calidez que recuerdo cuando en mis tiempos de secundaria ahí viví en compañía de mis padres y ahí tuve grandes y muy importantes amigos que hasta la fecha aún conservo como el buen Manuel Motolinía y mi ahijado su hijo, esto sea dicho sin tomar en cuenta a todos los que fui encontrando en el camino, amigos de otros tiempos.
Pues, de paso en paso llegamos hasta el mismo zócalo de la ciudad y en todas partes se podía notar el trato que los Atlisquenses le dan a todo el que los visita y la atención de sus autoridades por atender a todos, los juegos mecánicos, en donde mi hijo se divirtió como loco subiéndose en varios junto con mi mujer, y mi hija disfrutaba conmigo desde su carreola el camino y los cientos, millares de focos que iluminaban toda la ruta.
De ninguna manera se sentía inseguridad ni que la gente se sintiera preocupada, para nada, encontré amigos de diversas partes, e incluso algunos que se ahora viven en México regresando a sus raíces, a visitar la espectacular ciudad iluminada como las grandes con el calor y afecto de las pequeñas.
En fin que al final de este año, que importante es el ver que en nuestro país se sigue esforzando todo mundo por recuperar la tranquilidad, paz y esplendor que de momentos parece que se nos pierde, qué diferente es ver una ciudad por pequeña o grande que sea, pero cuidada por personas de ahí mismo, que se preocupan por servir a los demás y no por venir a servirse y llenarse las bolsas a costa de los demás.
No cabe duda que es de felicitarse a sus autoridades, pero sobre todo a los ciudadanos en general, a los Atlisquenses amigos de antes, de hoy, y los de mañana que quieren a su tierra y en ella trabajan por hacerla crecer y hacer que todo mundo los quiera.