Por: Valentín Varillas
El morenovallismo ya lo vivió en carne propia.
Experimentó de primera mano cómo el deporte más famoso del mundo sirve como efectivo anestésico contra el malestar social y vuelve a los gobernados mansos, maleables, utilizables para los fines que al interesado convenga.
El gobernador de Puebla se anotó un acierto propagandístico al apostarle a la renovación del antiguo estadio Cuauhtémoc como herramienta de promoción personal.
Los cerca de 700 millones de pesos invertidos para tal fin, dieron mejores resultados que si se hubieran gastado en pautas publicitarias o más medios a modo.
¿Qué más da si gusta o no el inmueble?
¿Qué importa si se cobraron millonarias comisiones por debajo del agua a la empresa encargada del proyecto?
¿Quién piensa realmente si tal vez había otras prioridades mucho más urgentes a las que destinar semejante cantidad de dinero?
El futbol llega por igual a todas las esferas sociales y ámbitos económicos, por lo que su utilización con fines políticos sigue siendo un recurso de probada eficacia.
Enfundados en la camiseta de La Franja, al gobernador y su círculo cercano multiplicaron su presencia en redes sociales con mensajes alusivos al buen desempeño del Puebla y a la necesidad de cerrar filas y apoyarlos.
Organizaron hashtags y publicaron obsesivamente fotos y mensajes de pamboleros, sobre todo niños, agradecidos por el tan ansiado boleto magnánimamente obsequiado.
Además, sumaron a la campaña a personajes emblemáticos que representan las mejores épocas del equipo.
Algunos, inclusive, como Roberto Ruiz Esparza o José Luis Sánchez Solá, fueron en su momento rabiosos marinistas y también fueron utilizados electoralmente por el régimen.
En el caso del mandatario poblano, súbitamente, casi por generación espontánea, le brotó una afición atípica a un deporte que no solo desprecia, sino del que sabe apenas lo que sus sumisos y lambiscones asesores “de facto” le comparten.
Lo anterior resultó tan rentable, que ya se prepara una estrategia para que el elegantemente llamado balompié, juegue también en la cancha electoral el próximo año.
Y es que, además de la excelente respuesta -casi generalizada- que tuvo el proyecto del nuevo estadio y el partido inaugural, al grupo político en el poder se le alinearon los caprichosos astros del deporte y por primera vez en años, el equipo terminó entre los primeros 8 de la liga mexicana.
Más materia prima para el lucro.
Gracias a la liguilla, el fenómeno se extendió un poco más con todavía mayores beneficios
El reto será ahora mantener la competitividad y para eso será inevitable inyectarle recursos, muchos, al proyecto.
Más y mejores refuerzos para mejorar la plantilla y renovar al técnico de acuerdo a sus nuevas y seguramente mucho mayores exigencias, parece algo prohibitivo para la capacidad económica de los dueños visibles del club.
Aquí es en donde entra la alquimia.
Inyectarle dinero público al futbol poblano es una vieja artimaña que se ha aplicado a rajatabla en varias coyunturas específicas en el pasado y que hoy resulta imperativo utilizar si se pretende maximizar sus beneficios.
Lo de menos es el “cómo”.
Desde la entrega de los más diversos apoyos hasta la aparición de “nuevos socios” que en realidad son prestanombres de poderosos políticos, todo se ha ensayado ya con éxito.
Un buen torneo del Puebla –otra calificación o bien el campeonato- serviría para aumentar las posibilidades de amarrar la continuidad del morenovallismo, por lo menos hasta el 2018.
La máxima de “pan y circo” goza de cabal salud y tal parece que se seguirá aplicando por los siglos de los siglos…