Por: Valentín Varillas
La reciente visita de Carlos Navarrete a Puebla tuvo como objetivo único el rendirse a los pies del gobernador Moreno Valle.
El perredista siguió al pie de la letra un guión diseñado desde Casa Puebla y operado por el diputado federal Luis Maldonado, quien en unos días regresará al gabinete estatal como reciclado Secretario General de Gobierno.
En la penosa puesta en escena, el líder nacional del Sol Azteca debía llenar de loas al mandatario estatal, recalcar el apoyo incondicional de su partido a polémicas políticas públicas aprobadas en el estado, por órdenes del ejecutivo, y que en su mayoría contradicen los principios ideológicos de esa izquierda que en teoría defiende el PRD.
Otro aspecto que el morenovallismo etiquetó como “prioritario” y que su cumplió a cabalidad, fue la petición de humillar a la actual “líder” estatal, Socorro Quezada Tiempo, reduciéndola a una simple figura decorativa en la vida interna del partido.
Navarrete contradijo rotundamente declaraciones hechas por la diputada local en temas polémicos que han afectado la imagen del grupo gobernante y que generaron en él una enorme molestia.
Mientras Quezada ponía en duda la realización de alianzas para el 2016, Navarrete prácticamente las dio por un hecho.
Apenas días después de que Socorro adelantará que su partido se sumaría a las acciones legales en contra de los candados aprobados por el Congreso, que limitan la participación de candidatos independientes en procesos electorales y que iniciarían procedimientos para sancionar a los diputados perredistas que votaron a favor, Navarrete avaló el patético papel que jugaron en esta coyuntura sus legisladores.
Es evidente que Quezada Tiempo no tiene cabida ya en la dirigencia estatal del Sol Azteca y es un hecho también que, si tuviera un mínimo de dignidad, tendría que haber renunciado inmediatamente después de semejante papelazo.
La apropiación del PRD por parte del gobernador poblano era lo que se conoce en términos beisbolísticos como un “strike cantado”.
La salida de figuras como Andrés Manuel López Obrador, Martí Batres y recientemente Cuauhtémoc Cárdenas y Alejandro Encinas, además de otros importantes liderazgos del partido generaron un nivel de ruptura interna tan grande, que el cobijarse bajo el ala protectora del gobernador poblano era una decisión lógica, natural.
La crisis del Sol Azteca ha cimbrado sus cimientos y su estrategia actual se basa en criterios de auténtica supervivencia.
La cúpula de los famosos “Chuchos“-todavía corriente hegemónica del PRD- se ha sentado recurrentemente con importantes aliados del gobernador y “han avanzado mucho” en el sinuoso camino de alcanzar la comunidad de objetivos a largo plazo, entre ellos por supuesto, el de la candidatura presidencial común.
Por otro lado, Luis Miguel Barbosa, hoy defenestrado por los Chuchos pero con su relación con casa Puebla intacta, tiende puentes con sectores que sean mostrado reacios a sumarse “al proyecto RMV”.
Aunque en la mesa de negociaciones llega a apelarse a cuestiones como la ideología, lo cierto es que el acuerdo tiene un precio y el gobernador poblano tiene mucho dinero para pagarlo.
Jesús Ortega y compañía tienen ya un antecedente en cuanto a redituables amarres con el morenovallismo.
No obstante la cercanía que tuvieron con Mario Marín, previo a la elección 2010, los Chuchos encontraron una potencial fuente de ingresos más atractiva en la candidatura de Rafael Moreno Valle al gobierno poblano.
Sabedores de la capacidad económica del candidato y de lo que significa en lo político y en el tema de los recursos financieros el apoyo del SNTE, no dudaron ni un segundo en traicionar a Marín.
Fue Manuel Camacho Solís quien operó la cercanía y la posterior integración oficial de la izquierda a la coalición Compromiso por Puebla.
Si Moreno Valle ya compró una vez la conciencia de la izquierda, ¿por qué no volverlo a hacer si de eso depende en buena medida la viabilidad de su candidatura presidencial?
Si antes el precio no fue un obstáculo, ahora, con el control absoluto del erario estatal, mucho menos.
Para el mandatario poblano, comprar la fidelidad de un grupo ideológicamente antagónico no es nada nuevo: camino andado.
No hay que olvidar que la frase que define a la izquierda nacional ha sido, es y será: “negocios, no principios”.