De manera constante, casi obsesiva, en las charlas repasaban una y otra vez la estrategia diseñada desde lo más alto del poder político nacional para sumarle escaños incondicionales al presidente Peña en la conformación de la próxima legislatura federal.
Nada nuevo, nada especial, simplemente lo que se estaba llevando a cabo en cada uno de los distritos que eran considerados como “prioritarios” en el presupuesto electoral del gobierno federal.
La misma que, en el caso de Puebla, arrojó triunfos para el priismo en Tepeaca, Izúcar, Ajalpan, Atlixco, Huauchinango, Zacatlán y 3 distritos de la capital.
Poco a poco, a medida que pasaba el tiempo, el operador se dio cuenta de que la teoría de plano jamás se empataba con la práctica.
Que lejos de ajustarse al guión de probada eficacia, la candidata prácticamente iba por la libre.
“Acércate a los presidentes municipales” —le recomendaba.
“Casi no los pelas y son fundamentales para sumar apoyos”.
“No te olvides de las juntas auxiliares, ahí está buena parte del voto duro que necesitamos para ganar el distrito” —le pedía desesperado.
La abanderada oía, pero no escuchaba.
“Tu campaña se siente alejada de la gente, aterrízala” —le aconsejó una y otra vez, sobre todo en las últimas semanas de la contienda, cuando las encuestas y sondeos presagiaban ya la catástrofe.
“Bájate más de la camioneta, mánchate de tierra, platica con el pueblo” —le rogaba.
“Si no lo haces, de nada sirven los apoyos que entregamos, falta el compromiso directo, cara a cara”.
Frases como estas se repitieron hasta el hartazgo, pero llegaron a su fin un par de semanas antes de la elección del 7 de junio pasado.
En esa fecha, la candidata rompió formalmente con los operadores asignados a su campaña y por lo tanto, con la estrategia de obtención de votos diseñada desde Los Pinos.
“Mira mi amigo, ya mejor no me hables” —le soltó a rajatabla la priista.
“Yo voy a hacer mi propia campaña y la está llevando mi gente”.
“Y a diferencia de muchos otros, voy a ganar, que no te quepa la menor duda” —remató sin el menor recato.
¿Gente? ¿Cuál gente? —pensó el operador.
“Si nosotros somos la gente”.
La candidata se refería al “ejército electoral” que su marido, el presidente municipal de San Pedro Cholula, había puesto a su disposición.
Se trataba de parte de la estructura de Movimiento Ciudadano, la que desde 15 días antes del proceso se dedicó de tiempo completo al caso Teziutlán, bajo la supervisión personal del edil cholulteca.
La misma que tendría que haber sumado en el distrito 10, en donde no se alcanzaron siquiera los 12 mil votos.
¿Qué pensarán los militantes del partido naranja de esto?
¿Qué opinará cuando se entere Dante Delgado, auténtico mandamás del partido?
Dicen los que saben que el tema está ya en la Secretaría General y que la reacción de María Elena Orantes no deja bien parado al famoso JJ, en términos de su relación con la dirigencia nacional.
Saben además, que el tufo de la traición tiene ya tintes de hedor.