La salida de figuras como Andrés Manuel López Obrador, Martí Batres y recientemente Cuauhtémoc Cárdenas y Alejandro Encinas, además de otros importantes liderazgos del partido, significan no sólo un obstáculo menos en la consecución de este objetivo, sino que muestran un nivel de ruptura interna tan grande, que el cobijarse bajo el ala protectora del gobernador poblano no parece una mala apuesta.
La crisis del Sol Azteca ha cimbrado sus cimientos y su estrategia actual se basa en criterios de auténtica supervivencia.
Si bien la capacidad real de maniobra del supuesto garante de los intereses de Rafael Moreno Valle en el partido, Luis Maldonado, en los hechos ha sido muy poca, buena parte de las tareas encomendadas a este personaje han sido reasignadas a otros operadores acostumbrados a dar mejores resultados.
La cúpula de los famosos “Chuchos“ —todavía corriente hegemónica del PRD—, se ha sentado recurrentemente con importantes aliados del gobernador y “han avanzado mucho” en el sinuoso camino de alcanzar la comunidad de objetivos a largo plazo.
Por otro lado, Luis Miguel Barbosa, hoy defenestrado por los Chuchos pero con su relación con casa Puebla intacta, tiende puentes con sectores que sean mostrado reacios a sumarse “al proyecto RMV”.
Aunque en la mesa de negociaciones llega a apelarse a cuestiones como la ideología, lo cierto es que el acuerdo tiene un precio y el gobernador poblano tiene mucho dinero para pagarlo.
El ejemplo histórico de cómo se ha comportado el perredismo poblano en distintas coyunturas resulta ilustrativo y puede ser fácilmente adoptado por la hoy pragmática dirigencia nacional.
Aquellos que han tenido el control de la izquierda institucional en el estado han desarrollado una auténtica maestría en el arte de servir de efectiva comparsa de los gobiernos estatales en turno.
Quién no recuerda los servicios prestados a los mandatarios priistas en distintos procesos electorales locales, en donde presentaban candidatos que en nada representaban a la ideología que supuestamente defiende el partido y que en la práctica servían únicamente para dividir el voto anti-priista.
Los perredistas eran quienes salían sistemáticamente a golpear a los abanderados del blanquiazul, haciéndole el trabajo sucio a los entonces candidatos oficiales.
La cereza del pastel fue el papel de limpia-conciencias que los líderes del PRD poblano jugaron en pleno escándalo Lydia Cacho, conteniendo a los grupos de izquierda para impedir movilizaciones violentas que pusieran en riesgo la gobernabilidad del estado y la permanencia de Mario Marín como gobernador.
Es más, diputados federales como René Arce Islas y Miguel Ángel García se ausentaron de la sesión de la subcomisión de la Cámara de Diputados en donde se votaría el dictamen de proceso de juicio político en contra del gobernador poblano, dejando al PRI y al PVEM como aplastante mayoría que echó para atrás el trámite.
Millones de pesos salieron del presupuesto estatal para financiar esta estrategia y para servicios políticos posteriores prestados al poder en el resto del sexenio.
A pesar de esto, cuando apareció un negocio mejor, vino la traición.
No obstante la aparente cercanía con el marinismo, los Chuchos encontraron una potencial fuente de ingresos más atractiva en la candidatura de Rafael Moreno Valle al gobierno poblano.
Sabedores de la capacidad económica del candidato y de lo que significa en lo político y en el tema de los recursos financieros el apoyo del SNTE, no dudaron ni un segundo en traicionar a Marín.
Fue Manuel Camacho Solís quien operó la cercanía y la posterior integración oficial de la izquierda a la coalición Compromiso por Puebla.
Si Moreno Valle ya compró una vez la conciencia de la izquierda, ¿por qué no volverlo a hacer si de eso depende en buena medida la viabilidad de su candidatura presidencial?
Si antes el precio no fue un obstáculo, ahora, con el control absoluto del erario estatal, mucho menos.
Para el mandatario poblano, comprar la fidelidad de un grupo ideológicamente antagónico no es nada nuevo: camino andado.
No hay que olvidar que, la frase que define a la izquierda nacional ha sido, es y será: “negocios, no principios”.
Claro, mientras a la subasta no se sume un nuevo postor que ofrezca mucho más.
Es el riesgo.