Los casos de homicidios múltiples como los de San Fernando, Tamaulipas, aquel otro que todavía duele, el de la Guardería ABC, y los que nos tienen en carne viva como los de Ayotzinapa y Tlatlaya, nos llevan a pensar que tal vez ya tocamos fondo, el máximo del dolor del infierno vivido.
Si es que en verdad ya tocamos fondo, el paso siguiente sería el de pensar y acordar seriamente como sociedad la refundación de este país a partir de un nuevo pacto social -más allá de los partidos políticos y de sus dirigencias-, donde los ciudadanos tendríamos que encontrar vías alternas, no transitadas hasta ahora, para clarificar cómo acortaremos la brecha entre pobres y ricos, el replanteamiento de nuestra política exterior y sobre todo cómo nos organizaremos internamente para protegernos unos a otros y garantizar que la vida vuelva a valer en México como lo fue alguna vez.
Ante el holocausto, es urgente la acción, por eso vale la pena recobrar el valor del diálogo.
Sí, el diálogo es la vía para salir del catastrófico panorama que atestiguamos diariamente. Por ahora, los aciagos días que vivimos en México nos impiden aquilatar a plenitud algunas vías para hallar soluciones a los gravísimos problemas que nos son comunes. Hoy pareciera que el diálogo ha quedado eclipsado y que no tiene cabida como vía de solución y de sanación social, pero no es así.
Individual y colectivamente, durante décadas cada quien caminó por direcciones distintas, cada uno profundizó en sus respectivas búsquedas…
y, desde la perspectiva en la que cada uno se hallaba, el andar nos fue dando la sensación de que se podrían resolver los problemas que fueron surgiendo. Pero con un chasquido despertamos a la realidad y vimos que el andar nos fortaleció en algunos aspectos, pero nos separó en otros, tanto que hoy la característica de la sociedad mexicana es la desarticulación.
En efecto, la desarticulación es un rasgo de la sociedad mexicana y gran parte de la realidad latinoamericana, porque al seno de la sociedad nos encontramos con canales muy endebles de comunicación, que hacen lento y débil el intercambio de ideas entre ciudadanos, y las relaciones que se establecen entre las autoridades de los distintos niveles hacia la población son de carácter unidireccional y basadas en el ejercicio del poder.
Por eso, la necesidad de establecer espacios de comunicación horizontal y multidireccional se encuentra al nivel del alimento y el abrigo.
Porque además de desarrollar nuestro potencial holístico, el intercambio y el acuerdo o desacuerdo es lo que produce que las cosas sucedan o no.
Cuando logramos coincidir estamos en la posibilidad de planear el futuro, reconocer nuestra carga histórica y asumirnos en el presente como agentes de cambio, como seres que pueden ejercer su libertad para transformar su entorno.
Cuando no coincidimos, pero somos capaces de escuchar un punto de vista diferente, nuestro mundo se expande, ponemos en juego la creatividad para desarrollar soluciones alternativas que puedan ser convenientes para todos o para la mayoría, para ello se requiere entrenamiento para desarrollar las cualidades que permitan el establecimiento de las condiciones donde las partes reconozcan y acepten lo que han tratado de ocultar, eso emerge en el ejercicio dialógico y es tan evidente que no queda de otra más que aceptarlo.
En ambos casos advertimos que dialogar es un arte.
Como el ejercicio del poder y sus mieles causan adicción, es evidente que el diálogo por sí mismo no cambie la realidad, pero sí logra que se cambie su percepción, así como poner sobre la mesa diferentes opciones que hasta este momento no se hubieran visto.
Por ello es importante que como sociedad aprendamos a dialogar sobre nuestros problemas y cómo solucionarlos… sólo así estaremos en vía de aproximarnos a la refundación de nuestro país. ¿Iniciamos el ejercicio?
