Dirigente Nacional del Movimiento Antorchista
Todavía durante buena parte del siglo XX, entre los políticos y pensadores sociales era deber imperioso, y prueba de honradez intelectual y de confiabilidad práctica, una rigurosa congruencia entre el pensar y el hacer. Nadie podía presumir de una alta moralidad ni reclamar respeto y entrega de los demás, si no vivía como pensaba y si no pensaba como vivía. Pero desde que el grave tropiezo del socialismo dio nuevas armas y nuevos brios al hacer y al pensar de las derechas, tal deber de congruencia se convirtió no sólo en letra muerta, sino en un verdadero estorbo para quienes, apoyados en un cóctel ecléctico confeccionado con los retazos más reaccionarios de los distintos idealismos, han hecho del discurso filósofo-político, y de su consiguiente actividad práctica, un verdadero oficio de saltimbanquis. Y así vemos hoy pavonearse a personajes que, sin rubor alguno, han ido de la extrema izquierda a la extrema derecha pasando no sólo por el “centro”, sino por toda la gama de matices posibles e imaginables entre ambos extremos. Y no se recatan en reclamar atención y credibilidad a sus recetas milagrosas que son, según ellos, el bálsamo de Fierabrás que curará los males del país. La falta de unidad y coherencia en el pensar y el más descarado oportunismo arribista, pues, se han convertido en la virtud suprema de algunos hombres públicos de nuestros días.
Por supuesto que no voy a desarrollar un tratado sobre la invaluable virtud de la congruencia; pero, en honor a la brevedad, cito en mi apoyo a uno de los hombres de más firmes convicciones que conozco; a un hombre que, de haberse dedicado a explotar su inmenso genio en provecho propio, habría vivido como un príncipe y no en el hambre y la penuria por las cuales, incluso, murió. Carlos Marx, que es a quien me refiero, dejó escrito en su tesis número XI sobre Feuerbach lo siguiente: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. Y, para hacer más transparente este pensamiento, recurro a otro genio que también murió pobre por defender a los desvalidos, don Miguel de Cervantes Saavedra. Cuando Sancho le reclama a Don Quijote la imprudencia de atacar a los rebaños de carneros que le costó perder casi todas las muelas, recibe la siguiente respuesta demoledora de su amo: “Sábete, Sancho, que un hombre no es más que otro si no hace más que otro”. Como quien dice que no sirven de nada ni siquiera las ideas más brillantes, si no se aplican con tesón, perseverancia y congruencia sin límites, a la acción transformadora, a la tarea de cambiar al mundo para hacerlo mejor.
Ante esto, resulta necesario preguntarse: ¿pueden mejorar el mundo quienes cambian de credo político y de partido según sus ambiciones de poder y de disfrute económico? ¿Son heraldos de un futuro más humano aquellos que en su campaña electorera (o mientras están “en la oposición”, es decir, fuera del poder) condenan los vicios del sistema, señalan con dedo flamígero la corrupción, la impunidad, la inseguridad, la inmensa pobreza de las mayorías, y prometen con lágrimas en los ojos acabar con todo eso tan pronto se les dé la oportunidad para, una vez llegados al poder, hacer exactamente lo contrario? ¿Se pueden aplaudir sin más sus discursos “de denuncia”, sólo por ser exactos y elocuentes sin fijarse si los cumplen o no?
No hace mucho, vi en televisión a un destacadísimo miembro del PRD denunciar la corrupción en PEMEX; lo errado de la política oficial contra la inseguridad y la delincuencia; poniendo al desnudo la pésima política educativa que rechaza a 350 mil jóvenes en edad universitaria alegando razones “académicas”, cuando la verdadera causa es falta de cupo. Y otras lacras por el estilo. Me quedé meditando: cuánta razón tiene este hombre y con qué claridad y elocuencia mira y expresa los problemas del país. Pero, entonces, ¿por qué cuando fue jefe de gobierno de la capital del país negó vivienda a humildísimas familias que viven hacinadas, desde hace años, en unas viejas bodegas de CONASUPO? ¿Cómo se explica que su sucesor y amigo, el Lic. Marcelo Ebrad, siga negando esa misma demanda a pesar de que los necesitados llevan más de dos meses de plantón frente a sus oficinas? ¿Cómo entender que el alcalde perredista de Texcoco, un satrapilla de tercera fila, se desgañite exigiendo cárcel para quienes pelean un mísero lote para sus viviendas? ¿Cómo justificar que el gobernador de Michoacán, Leonel Godoy, también perredista, niegue lotes a miles de pobres que los solicitan y, en vez de ello, mande a su secretario de gobierno a injuriar y a amenazar a la gente?
En resumen: ¿Dónde está la congruencia de quienes despotrican contra la política autoritaria, errada y antipopular del panismo, cuando ellos, en este preciso momento, están haciendo exactamente lo mismo? ¿Por qué mejor no nos muestran con hechos que ellos lo hacen mejor cuando tienen el poder en la mano? No, no hay congruencia alguna; y lo exacto de sus críticas más merece ser calificado de cinismo que de verdadera convicción y voluntad de cambio. ¡Por sus frutos los conoceréis! dice la Biblia; y no por sus discursos y promesas, por atractivos que resulten.