Educar(se) en el oleaje es reconocer que somos hijos del choque y confluencia de olas.
Educar(se) en el oleaje es asumir que nuestro linaje proviene del desorden, y que educar(se) en la diversidad es dignificarse para acotar los errores de la ignorancia, que nos ciega y nos impide concienciar el constante cambio.
Educar(se) en el oleaje es como diría Alvin Toffler: “La comprensión de que ningún conocimiento puede ser completo y ninguna metáfora perfecta es por sí misma humanizadora. Contrarresta el fanatismo. Concede incluso a los adversarios la posibilidad de verdad parcial, y a uno mismo, la posibilidad de error. Esta posibilidad se halla especialmente presente en las síntesis a gran escala. Sin embargo, como ha escrito el crítico George Steiner, “formular preguntas más amplias es arriesgarse a obtener respuestas equivocadas. No formularlas en absoluto, es constreñir la vida del conocimiento”.
¿Cómo educar(se) en contextos coincidentes en el tiempo y en el espacio, pero a la vez divergentes?
En 1979, el escritor y futurista estadounidense doctorado en Letras, Leyes y Ciencia, Alvin Toffler publicó un libro titulado La tercera ola.
En efecto, Alvin Toffler recurrió al oleaje para transmitir que los grandes cambios sucedían como oleajes que abarcaban siglos y a veces milenios.
Décadas antes, a través de La tercera ola, Toffler explica con gran lucidez fenómenos como la globalización, el predominio de las sociedades del conocimiento, el surgimiento de nuevas ideologías y tecnologías.
El propio Toffler señala en su obra que recurrir a la analogía del oleaje no es de su autoría, porque poco más de un siglo antes lo había mencionado Norbert Elias y posteriormente Frederick Jackson Turner.
Alvin Toffler afirmó: “Lo nuevo, por tanto, no es la metáfora de la ola, sino su aplicación al cambio que se está produciendo en la civilización actual”.
Así, la Primera Ola (desde el año 8000 a.C. hasta el siglo XVII) se refiere al estrecho vínculo de los hombres con el campo, por eso ubica su surgimiento con la revolución agrícola.
La Segunda Ola se gesta entre 1650-1750 con la Revolución Industrial y hace alusión a la forma de relacionarnos con el mundo, a partir de cambiar nuestra concepción con la naturaleza partiendo del desarrollo tecnológico.
Según Alvin Toffler en la segunda mitad del siglo XX transitamos a la Tercera Ola, caracterizada por la descentralización, la desmasificación y la personalización.
Más allá de las grandes olas que en sí mismas son sumamente interesantes, lo que atrapa mi atención para efectos del presente artículo es la comprensión de que, no obstante que compartimos el mismo espacio y tiempo con otras personas, estamos viviendo mundos distintos que chocan, confluyen, explotan, eclosionan, se desintegran y vuelven a unirse para marchar temporalmente juntos, procrear y volverse a separar.
El tiempo ha nutrido la analogía de Toffler, por ello vemos que en la actualidad difícilmente encontramos nativos puros de cada ola, es decir, de alguna forma llevamos en nuestros genes elementos de cada una de las grandes olas; elementos que se ponen de manifiesto dependiendo de las circunstancias y los contextos.
Además de que difícilmente encontramos individuos “puros” de cada una de las olas, sí hallamos predominancia de alguna o algunas olas en los individuos. Esto, por ejemplo, nos permite asumir otra óptica frente a la convivencia entre nativos y migrantes digitales, entre sujetos hiperposmodernos y modernos o la irrupción de las nanobioinfotecnologías.
El caos es un orden indescifrable temporalmente, en la medida que se vuelve entendible sucede la transición al orden, por ello la analogía del oleaje trasladada al ámbito educativo orienta dentro del caos.
La realidad que vivimos es caótica, como lo ha sido siempre, sólo que ahora contamos con mayor experiencia y bagaje colectivo que nos empuja a la búsqueda de la verdad a través del saber, esto permite construir un conocimiento más completo y más humano.
Abrámonos al oleaje para avanzar en el proceso de dignificación personal y colectivo.