02-07-2025 11:03:17 PM

La Ley Espía de la 4T

Por Yasmín Flores Hernández

¿Te has preguntado quién te observa cuando hablas por teléfono?

¿Quién registra tus pasos, cuando caminas por la calle?

¿Quién guarda tu rostro, tu voz, tus datos, tu ubicación?

En México, ya no es una inquietud. Es una realidad.

Y no es cualquier Estado el que te vigila.

Es uno que se presenta como democrático, pero que actúa como una dictadura.

Un gobierno que ondea la bandera del pueblo mientras construye un sistema de control social inspirado en los peores regímenes autoritarios del mundo.

Y lo más inquietante es que lo hace a través de leyes.

Con reformas, decretos y mayorías legislativas.

Legaliza el miedo. Institucionaliza la vigilancia.

Y lo convierte en norma.

A usted que me escucha y me lee, permítame explicarle lo que está ocurriendo.

La reciente reforma a la Guardia Nacional y la llamada “Ley Espía” no son episodios aislados.

Son piezas clave en un engranaje cuidadosamente diseñado para instalar una lógica de control total en nombre de la seguridad pública.

Morena entregó al Ejército facultades extraordinarias.

La oposición, en lugar de resistir, se acomodó.

Y el país, cada vez más, se acostumbra a vivir observado.

La Guardia Nacional nació en 2019 bajo una promesa: sería una fuerza civil, profesional, con formación en derechos humanos y perspectiva de paz.

Eso se dijo desde la presidencia. Eso repitieron legisladores y funcionarios.
Y muchos creyeron.

Pero la realidad es otra.

Desde su nacimiento, su estructura operativa, su disciplina y su cadena de mando provenían del Ejército.

Nunca fue civil. Sólo lo parecía en el discurso.

Con la reforma aprobada el 24 de junio de 2025, esa apariencia se diluye por completo.

La Guardia Nacional cambia de mando y de naturaleza.

Ahora depende directamente de la Secretaría de la Defensa Nacional.

Su comandante será un general en funciones.

Y su misión se rige por la lógica militar, no por la seguridad ciudadana.

Más allá de patrullar calles o contener delitos, la nueva Guardia adquiere facultades de inteligencia.

Puede intervenir comunicaciones privadas, utilizar geolocalización en tiempo real, crear identidades falsas para infiltrarse en redes sociales, vigilar tus conversaciones electrónicas y registrar tus movimientos.

Todo esto, supuestamente, con autorización del Ministerio Público y orden judicial.

Pero en un país donde los jueces responden al poder político, ¿realmente eso representa un límite?

La Guardia Nacional ya no es una fuerza reactiva.

Ahora actúa de manera preventiva.

Y prevenir, bajo su lógica, implica anticiparse a pensamientos, rastrear opiniones, perfilar conductas.

Eso no es seguridad. Es vigilancia del pensamiento.

Es criminalizar la sospecha.

Es convertir a cada ciudadano en un posible objetivo.

Y todo esto se justifica con el discurso del combate al crimen.

Porque sí, México necesita atender la violencia.

Pero vigilar a todos no es combatir al crimen: es someter a la sociedad.

Y eso es exactamente lo que se está construyendo.

El brazo operativo es la Guardia Nacional.

Pero el andamiaje se complementa con otra reforma aún más peligrosa: la Ley del Sistema Nacional de Inteligencia, mejor conocida como la Ley Espía.

Esta ley permite al gobierno acceder sin orden judicial a más de veinte bases de datos personales.

Información médica, registros fiscales y bancarios, geolocalización histórica, lista de contactos, redes sociales, grabaciones de voz, imágenes faciales, y más.

Todo, bajo la lógica de “interés público”.

Y para completar el cerco, el Congreso aprobó la CURP biométrica obligatoria.
Cada mexicano deberá tener un registro único con sus datos biométricos: huella digital, iris, rostro, tono de voz.

Una clave que ya no solo te identifica.
Te expone.

Te define ante el Estado.

Y te coloca en su radar permanente.

¿El argumento?

Eficiencia administrativa, combate al fraude, modernización.

Pero el fondo es otro: crear la mayor base de datos de vigilancia ciudadana en la historia del país.

Y todo bajo control militar.

Ya no basta con que te observen.

Ahora, te poseen.

Te conocen, te rastrean, te anticipan.
Y si un día resultas incómodo, no tendrán que fabricarte un expediente: tú ya lo eres.

Y lo más grave es que esto se hace con aval legislativo.

Con votaciones exprés.

Con mayorías disciplinadas y oposiciones silentes.

Porque mientras Morena construye este aparato, la oposición desaparece en abstenciones, en negociaciones en lo oscurito, en discursos tibios y vacíos.

¿Dónde están aquellos que alzaban la voz contra la militarización en el pasado?
Hoy están callados, agachando la cabeza o votando junto al oficialismo.

No es casualidad.

Desde hace años, Morena ha tejido esta red:

Militarizó la seguridad.

Entregó puertos, aeropuertos, aduanas, trenes y hasta la vacunación al Ejército.

Incorporó a las Fuerzas Armadas en la obra pública, en la distribución de medicamentos, en la administración de programas.

Y cada vez que avanzaban, la oposición reaccionaba con comunicados o indignación de redes.

Nunca con verdadera resistencia institucional.

Así se llegó hasta aquí.

A un país donde el Ejército no solo patrulla. Administra.

Donde el Congreso no delibera. Obedece.

Donde la democracia no se ejerce. Se simula.

Y todo esto ocurre no por falta de leyes, sino porque las normas están siendo utilizadas para consolidar un régimen de control.

Nos vigilan, nos perfilan, nos codifican.
Todo con argumentos de orden, progreso, modernización.

Todo con un envoltorio de legalidad.

Pero el fondo es oscuro: blindar al poder, someter a la disidencia, disciplinar a la ciudadanía.

Morena ha traicionado su palabra.
Prometieron devolverle el poder al pueblo.

Y se lo entregaron al Ejército.

Prometieron paz.

Y nos entregan vigilancia legalizada.

Prometieron democracia.

Y están construyendo un Estado de control social.

Y lo hacen sin pudor.

Nos dicen que es por nuestro bien.

Que nos cuidan.
Pero en realidad, nos fichan.

Nos protegen, pero nos clasifican.

Nos hablan de amor al pueblo, pero legislan desde el miedo.

Porque gobernar con miedo es más sencillo.

Una sociedad vigilada es una sociedad obediente.

Y lo más perverso es esto: el miedo se vuelve rutina.

Y cuando la rutina es vivir con miedo, el silencio se vuelve hábito.

El periodista que investiga, la mujer que denuncia, la madre buscadora, el activista ambiental, la comunidad indígena, el estudiante que protesta, la persona que incomoda…

Ya no sólo enfrentan desdén o indiferencia.

Ahora enfrentan un sistema legal de vigilancia, centralizado y operado por mandos militares.

¿Dónde queda entonces la libertad de expresión?

¿Dónde la privacidad?

¿Dónde el derecho a disentir?

En el México de hoy, disentir es una amenaza.

Pensar distinto incomoda.

Protestar irrita.

Y cuando el Estado se irrita… te observa.

Y no, esto no es una distopía.

No es un futuro lejano.

Es el presente, aprobado por mayoría, inscrito en el Diario Oficial.

México ya no está en riesgo de volverse autoritario.

Ya lo es.

Un país donde tus datos biométricos están bajo resguardo militar.

Donde la Guardia Nacional espía con permiso.

Donde la ley ampara la vigilancia.

Todo con el aplauso de Morena.

Todo con el silencio funcional de la oposición.

Morena mintió.

Creó una policía militar, legalizó el espionaje y disfrazó el control con lenguaje democrático.

La oposición, por su parte, es una tragedia.

Dice defender libertades, pero no defiende ni su propia voz.

Dice representar a los ciudadanos, pero vota con el régimen.

Mientras unos legislan el miedo, otros lo permiten.

Y así, lo que queda es un país donde todos estamos bajo vigilancia.

Donde la libertad es un privilegio, no un derecho.

Donde el que incomoda desaparece.

Donde el gobierno no escucha: monitorea.

Y el ciudadano ya no exige: se autocensura.

Porque si hoy no decimos nada, mañana no habrá nadie que pueda contar lo que pasó.

Y a ti que me escuchas…

Esto no va de partidos.

Va de ti.

De tu derecho a vivir sin miedo.

De poder hablar sin castigo.

De poder pensar sin culpa.

De poder exigir sin desaparecer.

No permitas que te acostumbren a vivir observado.

No normalices que te vigilen como si fuera protección.

No aceptes que el control se disfrace de orden.

Porque si callamos hoy, mañana ya no será necesario silenciarnos.

Ya habremos aprendido a callarnos solos.

Y pasaremos del miedo legal al silencio impuesto.

 

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