Por Valentín Varillas
Eduardo Verástegui le organizó una cena de bienvenida al nuevo embajador de Estados Unidos en México, Ronald Johnson.
La camaradería que reinó en el evento fue de llamar la atención.
Excedió, en el fondo y en la forma, por mucho, los protocolos elementales de la cortesía diplomática.
Quedo muy claro que entre ellos, más que cercanía, existe una auténtica complicidad.
E hicieron lo posible por mandar todo tipo de señales.
En su discurso, Johnson se refirió a Verástegui como “su hermano”, algo que tal vez en términos de los usos y costumbres de la camaradería mexicana puede ser considerado como algo normal, pero que no significa lo mismo en la idiosincrasia norteamericana.
Ahí, no se echa mano del término de manera coloquial.
Tiene un peso específico mucho mayor que aquí y cuesta ganárselo.
Verástegui ha sido un férreo defensor de una política estadounidense cada vez más intervencionista en México.
Apoyó los aranceles así como la intensificación de las acciones militares de se país en territorio nacional.
Es un alfil incondicional de la defensa de los intereses de ese país en lo que a México se refiere.
Además, ha tejido una muy importante red de alianzas en lo político.
Su inclusión y participación activa en organizaciones como la Conferencia de Acción Política Conservadora son un indicador muy claro de su alto nivel de influencia en los sectores más extremos de la derecha internacional.
Es muy cercano a Donald Trump, lo ven con buenos ojos Milei y Bukele, además de que le vienen muy bien las recientes victorias de los conservadores en Europa y el fortalecimiento de los gobiernos de ese corte que han logrado ampliar su poder en procesos electorales recientes.
Defiende las mismas banderas: libertad económica, una mínima intervención del estado en asuntos financieros y que a través del estado se recupere el rumbo “moral” del país.
Tiene el mejor argumento : el enorme fracaso del PAN como oposición y su traición al abandonar algunos de sus compromisos ideológicos fundamentales como defender la vida, la familia y lo que ellos consideran como “valores tradicionales”.
La candidatura presidencial de Xóchitl Gálvez, además de su alianza con el PRI, fueron dos factores que detonaron el rechazo de los grupos más ortodoxos que interactúan todavía al interior del blanquiazul, pero que ya buscan otros derroteros más afines para expresarse políticamente.
Su organización política Viva México, está a punto de convertirse en partido oficial, resulta para ellos el canal ideal para que la ultraderecha se sienta representada a cabalidad en las urnas.
A pesar de que lo han ridiculizado y minimizado, Verástegui, para desgracia del país, cuenta hoy con un capital económico, político y social que ya quisieran varios de los que se sienten candidatos naturales a la presidencia en el 2030.
Si Estados Unidos nos ha marcado las directrices a seguir en términos de economía y seguridad pública, seguramente no tendrán ningún empacho para hacerlo también en la política.
¿Se imagina?