Por Valentín Varillas
20 minutos esperó, en el mismo lugar y prácticamente inmóvil, el asesino de Valeria Guzmán y José Muñoz para ejecutarlos a sangre fría.
Sabía perfectamente que llegarían a ese lugar cerca de las siete y media de la mañana.
Seguramente, una de las línea de investigación se centra en que fueron sujetos de un intenso y puntual seguimiento con varios días de anticipación, para conocer con toda precisión su rutina.
Pero hay otra que seguramente preocupa, y mucho a Clara Brugada, la jefa de gobierno de la CDMX : la de la fuga de información.
La posibilidad de que alguien de “adentro” filtrara que los funcionarios estarían exactamente en el punto en donde fueron ultimados.
Y es que, resulta por lo menos extraño el hecho de que el crimen se cometiera en plena calzada de Tlalpan y afuera de la estación Xola del metro capitalino y que en esa ubicación tan “aleatoria”, los estuvieran acechando con tanta antelación.
Sí, es real que el círculo más cercano de Clara brigada pudo haber sido ya infiltrado por alguno de los muchos grupos de facto operan en la Ciudad de México.
Hechos como éste detonan todavía más la psicosis de los gobernantes.
Potencializan la sospecha de que todos pueden ser traidores potenciales.
Algo cada vez más común en estos complicadísimos tiempos en materia de seguridad personal para los políticos y servidores públicos.
En Puebla hemos tenido ya gobernadores que presentaban signos evidentes de haber sufrido esta patología.
Rafael Moreno Valle, por ejemplo.
El panista operó un sistema complejo de seguimiento personal a sus principales colaboradores, que se basaba principalmente en el espionaje.
La utilización de tecnología de punta para infiltrar sus teléfonos celulares y computadoras a través del software Pegasus.
Contaba con una muy importante estructura conformada por todo tipo de recursos, materiales y humanos, que le permitieron en su momento saber la ubicación exacta de los hombres y mujeres de más confianza que formaban parte de su gobierno.
Además, tuvo acceso a cientos de horas de conversaciones que se convirtieron en materia prima valiosa para detectar potenciales deslealtades.
Conversaciones, pactos, amarres o acuerdos con quienes habían sido etiquetados por el propio Rafael como sus enemigos.
Y por lo mismo, enemigos de Puebla y los poblanos.
A la par, él mismo generaba conflictos entre ellos para observar su comportamiento y reacciones y así, contar con elementos para medir lealtades.
Más que por un asunto de seguridad, a él le preocupaba únicamente el tema político.
Con quiénes podía realmente contar para convertir en realidad aquel sueño de gobernar el país.
En este contexto se explica el por qué sólo confiaba realmente en cuatro perfiles.
Martha Érika Alonso, Roberto Moya, Eukid Castañón y Tony Gali fueron los únicos que pasaron a cabalidad la prueba del ácido.
Es evidente que siempre existirá el miedo del gobernante a las deslealtades.
Esas que pueden descarrilar el rumbo de un proyecto o bien de un gobierno en su totalidad.
Sin embargo, ante la complicada realidad que vive el país, una infamia de este tipo puede costarle la vida.