28-04-2025 01:47:48 PM

Censuras y sucesión papal

Por Jesus Manuel Hernández

 

(Un abrazo a la familia Huerta Ramírez por el deceso de su hija Diana, mis oraciones por todos ellos)

 

Dos hechos de la semana pasada trascienden en el ámbito de la experiencia personal como periodista de este columnista.

Una, la iniciativa de reforma de la Ley en Materia de Telecomunicaciones y Radiodifusión, que otorga a la Agencia de Transformación Digital y Telecomunicaciones la facultad de bloquear plataformas digitales, cuando así le convenga a las autoridades. El asunto se ha interpretado como una forma de censura del Estado Mexicano.

Otra, el fallecimiento del Papa Francisco.

Sobre la primera, que atiende al tema de la libertad de expresión, personalmente he vivido muchas experiencias, tanto en el gremio periodístico escrito, como en la radio e incluso en la televisión.

A veces esta especie de “censura” era de los gobiernos, otras de los poderes fácticos, como el empresarial. Podría escribir aquí muchas anécdotas y soltar los nombres de los involucrados. Pero sería largo.

Aquí una de ellas.

Comencé a escribir en el El Heraldo de México en Puebla a finales de la década de los 70, su director, Don Arnaldo Fernández, me conocía, pues su hijo, Arnaldo y yo fuimos compañeros en la preparatoria. En aquella época había pocos columnistas, incluso las notas no las firmaban los reporteros, por tanto tener una columna, era un asenso profesional.

Así, me convocó don Arnaldo un sábado por la mañana a “platicar” con su compadre para ubicarme en el contexto que me esperaba al escribir la columna.

En el Pasaje del Ayuntamiento estaban las oficinas de don Arnaldo donde distribuía periódicos y revistas, y ahí, tras la primera crujía, estaba una oficina, un tanto escondida. Me encontré con Alberto Peniche Blanco, el todo poderoso representante no solo de los Alarcón, dueños del diario, también de la Secretaría de Gobernación de ese entonces, cuando gobernaba José López Portillo.

Don Alberto fue muy claro, más o menos me dijo: Mi compadre me ha hablado de usted, tiene buenas referencias y le dará un espacio para escribir una columna. Solo quiero hacerle unas sugerencias para no tener problemas. Usted puede escribir de lo que quiera, pero debe cuidar al Presidente de México, al Ejército Mexicano, a la CTM y a la Iglesia. De todo lo demás puede escribir.

Así, simple, rápido, me dictaban la línea de los “intocables” y apareció a la semana siguiente mi columna que en aquella época se llamó “Escenario Político”.

Sobre la muerte del Papa Francisco, me tocó una experiencia en 1978 con Eduardo García Suárez, “El Pichón”.

Yo era Director de Noticiarios de Organización Estrellas de Oro, Fernando Alberto Crisanto era uno de mis reporteros y el 28 de septiembre de 1978 lo invité a comer ya tarde al Charlie’s & China Poblana, el local ocupado antes por el Mr. Harri’s, en la Avenida Juárez, a unos pasos de las radiodifusoras.

La comida se alargó pues en la mesa de enfrente estaba “El Pichón” con gente de Canacintra, Ricardo Cubas y Ricardo Olvera, entre otros, era una mesa grande.

Fuimos invitados por Eduardo a su mesa que quedaba frente a uno de los televisores del restaurante. Y la charla fue sobre dos temas principales, política y el Vaticano.

Eduardo tenía algunos contactos en España con algunas monjas que tenían “visiones”, y empezó a contarme sobre un asunto que parecía sacado de la realidad y cercano a la ficción. Más o menos “El Pichón” me dijo, “este Papa no es el bueno, durará poco, el próximo es el bueno”.  Juan Pablo I había asumido el pontificado prácticamente un mes antes.

Y Eduardo empezó a comentar sobre predicciones, el papel del Vaticano en relación a la URSS, la Iglesia en México, e insistía “este papa no es el bueno, el próximo es el bueno”.

Las copas de Terry, el Sol y Sombra y algunos vinos circulaban en la mesa, serían pasadas las 21 horas, cuando en la televisión frente a la mesa apareció Jacobo Zabludovsky anunciando la muerte de Juan Pablo I. Su cuerpo había sido encontrado en su cama por la hermana Margherita y el padre Diego Lorenzi.

Podrá imaginarse el lector la impresión de quienes estábamos en la mesa y acabábamos de escuchar a “El Pichón”.

Fernando y yo corrimos a la redacción con una anécdota única de un personaje, Eduardo García Suárez, que en aquellos tiempos era uno de los principales líderes empresariales del país con acceso a informaciones muy, pero muy especiales. Poco después apareció Juan Pablo II y García Suárez me dijo “este es el bueno”.

Una anécdota quizá extraña, derivada de la premonición, de la “visión”, de la información, pero al fin al cabo se cumplió.

O por lo menos, así me lo parece.

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