Por Alejandro Mondragón
Desde que Manuel Bartlett y su PRI perdieron las elecciones intermedias en la capital y zona metropolitana en 1995, el cuidado del trabajo municipal es clave para el gobernador en turno.
Ya con Mariano Piña Olaya había señales que perder la ciudad de Puebla era el peor referéndum para el mandatario. No hay que olvidar el monumental fraude electoral que se hizo para que ganara Jorge Murad.
Gabriel Hinojosa y el PAN demostraron al poderoso Bartlett y creador del Megaproyecto Angelópolis que los poblanos cifran su estado de ánimo electoral en dos temas: la seguridad y el bolsillo, no las magnas obras.
Melquiades Morales también perdió la capital con Carlos Alberto Julián y Nácer ante Luis Paredes. Ahí falleció su segundo delfín (el primero, Rafael Cañedo, había muerto) y, por ende, no pudo manejar la sucesión por Casa Puebla.
Mario Marín Torres retuvo la alcaldía, pero con un personaje ajeno a su grupo: Blanca Alcalá Ruiz, lo que ante la división interna priista todos fueron derrotados en 2010 por Rafael Moreno Valle y aliados políticos.
Moreno Valle impuso a Antonio Gali como edil, a costa de la ruptura de su grupo con el nuevo alcalde. El grupo compacto se la cobró más tarde con el tema de la minigubernatura.
Luis Miguel Barbosa perdió la capital con la reelección de su enemiga política Claudia Rivera Vivanco, cuya gestión fue todo un desastre.
Por eso, ya se analiza con lupa lo que se hace en la capital poblana. Los rumores y señalamientos son anotados. Si Alejandro Armenta pretende romper la continuidad del grupo, sin enfrentamientos, debe saber que el resultado que entre el Ayuntamiento de José Chedraui será clave para retener la joya de la corona.
Se dice fácil, pero en lo interno habrá presiones, en lo externo hay campañas negras, y en el día a día de la capital existen versiones de excesos y demás moches.
Se requiere una capital sana para la llegada del Delfín o La Sirena.