Por Alejandro Mondragón
Ya nada importa en términos de libre comercio, entre los tres socios: Estados Unidos, México y Canadá.
Hasta las letras chiquitas del acuerdo que incluso suscribió en su primer mandato Donald Trump quedaron rebasadas.
El presidente estadounidense, ya en su segundo mandato, determinó que la política más adecuada para sus intereses es la aplicación de aranceles contra todo aquel país que no se someta a él.
Si la realidad no se ajusta a lo que piensa, entonces lo que modifica es la realidad, no su forma de pensar. Ese es Trump.
Su proteccionismo comercial para empezar anuló el llamado nearshoring o relocalización, porque pretende usar el acuerdo comercial -ventajoso al fin- para que toda aquella fábrica instalada en Canadá y México mejor se reubique en Estados Unidos.
El sector de su mayor interés se sitúa en el automotriz, flanco débil de la economía estadounidense ante la expansión de las productoras asiáticas y europeas.
China ya le ganó la guerra automotriz a Estados Unidos, por lo que Trump busca proteger y fortalecer al sector con su reubicación en Estados Unidos, aunque desconoce que las armadoras requieren de las autopartes que sí tienen capacidad de producir Canadá y México.
Los tiempos oscuros fuera de Estados Unidos quiere Trump usarlos para su mentada Make America Great Again.
El mandatario amenaza a todo el mundo con imponerle aranceles. Sabe que Estados Unidos es el principal centro de consumo del mundo.
Impone la dictadura del consumidor, sin que nadie lo pueda remediar.
