Por Valentín Varillas
Cuando Rafael llegó al poder, le quitó todo al panismo tradicional.
Absolutamente todo.
Hasta el partido.
La gran mayoría de los guardianes de la auténtica derecha, se quedaron sin nada de lo que por décadas habían disfrutado hasta la saciedad.
Ser una posición cómoda a los gobiernos emanados del PRI, les había significado muchos años de auténtica rentabilidad.
Sobre todo en lo económico.
A partir del 2011 todo cambió.
Pocos panistas ortodoxos negociaron con un gobernador que había llegado producto de una monumental escisión interna del tricolor.
De una ruptura sin retorno.
Un personaje que los aborrecía y que además, muy en corto, despreciaba su ideología, usos y costumbres.
Les dieron migajas a cambio de legitimarlo.
Por lo mismo, los ortodoxos fueron parte de los grandes beneficiados por aquella tragedia de la nochebuena del 2018.
Esa que, por unos años, fulminó también al grupo político del malogrado ex gobernador.
Recuperaron todo lo que había sido de ellos.
Hasta las consistentes y muy vergonzosas derrotas en las urnas.
Saben de sobra que los “triunfos” recientes en la capital, fueron gracias a los votos de Moreno Valle en el 2010 y de Miguel Barbosa en el 2021.
Viene la renovación de la dirigencia estatal del partido y un capítulo más de aquellos viejos encuentros entre panistas y neo-panistas.
Los segundos se han reagrupado bajo el cobijo de Jorge Aguilar Chedraui y llevan a Genoveva Huerta y a Mario Riestra como abanderados.
Los apoyan otros, directa o indirectamente beneficiarios de Rafael, como Mónica Rodríguez y Rafael Micalco.
Juran que han regresado por sus fueros.
Y que vienen con todo.
Sin embargo, su realidad actual es muy distinta a la de hace años.
No tienen el apoyo ni el liderazgo de un gobernador que puso en marcha un régimen de control político absoluto en el estado.
Tampoco cuentan con los millonarios recursos que esto supone.
Mucho menos, tienen aliados importantes insertados en posiciones clave en el nuevo Comité Ejecutivo Nacional blanquiazul.
Nada más y nada menos que el centro neurálgico de la toma de decisiones en el partido.
Los dogmáticos tienen a su favor el haber llevado a cabo un proceso de renovación de su dirigencia nacional en donde aplastaron a su opositores.
Los hicieron pedazos, a pesar de haber llevado a cabo un procedimiento que suponía ciertos riesgos para la continuidad: el voto directo de militantes.
En Puebla, por si fuera poco, también juega en contra de estos “rebeldes” el que la designación del nuevo Comité Directivo Estatal sea a través de la decisión que tome la mayoría de los miembros del Consejo.
De esta manera, crecen exponencialmente las posibilidades de que al final, como casi siempre, se dé una imposición.
Así que, con todo esto, se ve muy complicado que lleguen los tan anhelados vientos de cambio en el partido mayoritariamente opositor en el estado.
Por lo tanto, el escenario de sufrir derrota tras derrota en el futuro inmediato, se convierte en el más probable.
Lástima.
Y no por otra cosa.
Las oposiciones fuertes obligan a los gobiernos en turno a ser cada vez mejores y se facilita una mayor competencia electoral.
Hay incertidumbre y no victorias inminentes adelantadas con mucha anticipación.
Este ingrediente, el de la incertidumbre, me parece que es un elemento fundamental, deseable y necesario, en cualquier democracia.