Ayer, en plena polémica por la aprobación de las modificaciones legales que le dan una vocación militar a la Guardia Nacional, el senador Adán Augusto López deslizó públicamente que el PRI, a contrapelo del resto de la oposición, iba a votar a favor de esta reforma.
La referencia, más que en la forma, trae mucho fondo detrás.
Y es que, en el presupuesto de operación legislativa del oficialismo, se tiene un plan B, por aquello de las malditas dudas.
Un camino paralelo con el cual transitar, en caso de que se acabe la confianza en Miguel Ángel Yunes, o bien cuando no valga la pena seguir desgastándolo en lo político.
Se trata de lograr el voto de un pequeñísimo grupo de senadores emanados del tricolor en coyunturas específicas de mucho interés para la agenda de Morena y sus aliados.
El enlace con la representación priista es Rubén Moreira, faltaba más.
Se trata de un personaje de comprobadas ligas con el grupo en el poder, prácticamente desde el inicio del sexenio.
Desde su cargo en la Secretaría de Gobernación, Adán Augusto lo traía siempre cerca, muy cerca.
Y aunque la final no fue necesario echar mano de ellos, durante todo el día se dieron acercamientos y encuentros encaminados a tener listo su voto a favor.
Así quedó registrado en videos y fotos compartidos desde varias cuentas en redes sociales.
Moreira ya le ha servido con eficiencia a la 4T, en otras importantes coyunturas.
Las elecciones estatales del 2023, por ejemplo.
Operó de manera intensa para que los resultados electorales se dieran de acuerdo a los objetivos de Palacio Nacional.
Y se notó, en función de lo que pasó, tanto en el Estado de México como en Coahuila.
En el primero, Moreira supo mantener al margen al grupo opositor a Alejandro Moreno al interior del tricolor.
Ni Miguel Ángel Osorio Chong, mucho menos Claudia Ruiz Massieu y sus aliados, pudieron hacer algo para modificar el acuerdo que se tenía ya desde hace prácticamente 6 años, cuando era un hecho que Andrés Manuel López Obrador sería presidente de este país.
Dejar gobernar un sexenio más al Grupo Atlacomulco y luego, tomar el control político absoluto de la entidad más cotizada en número de votos potenciales, en plena coyuntura de sucesión presidencial.
Moreira los contuvo, los acorraló y los redujo a su mínima expresión.
Ahí, mantuvo una comunicación permanente con Alfredo del Mazo y con el propio Adán Augusto, para que no quedara un solo hilo suelto y se llegara a la meta: un triunfo de Delfina Gómez por un margen lo suficientemente amplio para evitar la judicialización de la elección.
Y así fue.
El verdugo de su partido apareció -en el colmo del surrealismo- al lado de Alejandra del Moral en el momento en el que reconoció públicamente su derrota.
Increíble, pero muy astuto.
No quiso ir a Coahuila, su estado, en pleno furor por la victoria.
Una victoria suya, más que de “su partido”.
Naturalmente, iba a jalar buena parte de los reflectores mediáticos y se iba a enfrentar a una serie de cuestionamientos incómodos sobre qué papel jugará él o sus familiares y allegados en el gobierno de Manuel Jiménez.
El comentario más contundente que tuvo sobre los resultados de aquel domingo, fue una publicación en sus redes sociales en donde aparecía la imagen de una botella de cerveza al lado de un vaso y la frase: “Yo, feliz”.
Más claro, imposible.
Para protegerlo de potenciales críticas en términos de opinión pública, a Moreira lo nombraron Coordinador Territorial de la campaña de Xóchitl Gálvez.
Su más reciente coartada, ha sido el montar todo un circo para no dejar dudas sobre su férrea oposición a la Reforma Judicial.
Para parecer un opositor de a deveras.
Sin embargo, la realidad es que con Moreira existe un camino más que abierto para que la agenda legislativa del oficialismo navegue sin turbulencias durante todo el sexenio.