Por Valentín Varillas
Todo seguirá igual en la vida interna de los partidos políticos más importantes del sistema democrático mexicano.
Por lo menos en el mediano plazo.
Las decisiones que cada uno ha tomado en torno a la renovación de sus liderazgos nacionales así lo demuestra.
En el caso del oficialismo se entiende perfectamente.
En el de los opositores, carece de toda lógica.
Morena arrasó en el pasado proceso electoral.
Fue capaz de aplastar a sus adversarios en las urnas, diseñando y operando una estrategia muy efectiva de obtención de votos.
Lo ganó todo y por paliza.
¿Para qué improvisar?
Luisa María Alcalde y Andy Jr. son posiciones lógicas de continuidad en el derrotero que tome el movimiento como partido hegemónico nacional.
Y no necesitan hacer modificaciones radicales en las acciones a tomar, siempre y cuando la vinculación con Palacio Nacional permanezca intocable.
No se ven nubarrones para ellos en el horizonte.
Articulados perfectamente con Claudia Sheinbaum, quien ya vivió en carne propia los beneficios de generar políticas públicas que tienen como beneficio la potencial generación de votos, seguramente aplicarán la misma y muy exitosa fórmula.
Caminarán de la mano ara seguir obteniendo reiteradas y contundentes victorias.
En el PRI, sin embargo, la permanencia de su dirigente nacional carece de toda lógica si se analiza bajo el crisol de la rentabilidad electoral.
En los últimos seis años, pasaron de ser el partido del que emanaba el presidente a una fuerza política absolutamente marginal.
Conectada a un respirador artificial en buena parte del territorio nacional.
Incapaces de renovarse para darle forma a una propuesta política atractiva para la mayoría de los ciudadanos, en este período de tiempo lo han perdido prácticamente todo.
Y es evidente que con la reelección de Alito Moreno así seguirán.
Perdidos, sin una estrategia clara para permanecer como una opción electoral viable para los próximos procesos, lo que conlleva el inminente riesgo de perder el registro.
Porque uno de los saldos más visibles de la elección del pasado 2 de julio fue el monumental fracaso de las alianzas.
Ir en coalición con sus adversarios históricos no fue una decisión.
Ni para ellos ni para los panistas.
Así lo han reconocido tricolores y blanquiazules, en su muy convenenciero y parcial análisis de la derrota.
Ahora, en el ex partidazo no tendrán más remedio que competir y tratar de ganar solos.
Completamente solos.
Aunque en el PAN no hay nada escrito todavía, el movimiento de las estructuras apunta a la unción del ahijado favorito de Marko Cortés.
Jorge Romero representa exactamente lo mismo.
Es decir, derrota tras derrota.
A partir de la llegada de la 4T a lo más alto del poder, la derecha nacional no fue capaz de mantener los gobiernos estatales emanados de su partido, lo que lo fue debilitando sistemáticamente al momento de pelear la presidencial de este año.
La inclusión de candidatos derrotados en la integración de la planilla que garantiza la continuidad en Acción Nacional es un pésimo mensaje para militantes y simpatizantes.
Premiarlos, no parece ir de la mano con el discurso que asegura que sí tienen la supuesta intención de someterse a una cirugía mayor que les permita adaptarse a la nueva realidad nacional.
Al contrario.
Pareciera que el monumental ridículo electoral que protagonizaron es su mejor escenario.
Y que ellos van primero, antes que cualquiera.
Que de verdad no les importa perder, con tal de seguir controlando el centro neurálgico de la toma de decisiones importantes tanto en el CEN, como en sus representaciones estatales.
Con los enormes beneficios y prebendas que esto supone.
Por lo mismo, nada cambiará.
Hacer lo mismo esperando resultados distintos en una muestra clara de la locura que hoy afecta a Markito y su corte de aduladores.
¿Y entonces?
De acuerdo a la lógica de renovación de las dirigencias partidistas, está puesta la mesa para que se repliquen, al pie de la letra, los resultados electorales que durante los últimos seis años hemos visto en el país.
La correlación de fuerzas permanecerá idéntica, igualita, tal y como está.
Por lo mismo, la incertidumbre en torno a los resultados de una elección, no será por un buen tiempo el ingrediente principal de nuestra democracia.