21-11-2024 10:13:16 AM

Ganar para mandar

Por Valentín Varillas

 

El objetivo único del juego político es obtener victorias en las urnas.

Y convertir esos triunfos en programas concretos de gobierno.

No hay nada más importante para quienes participan en una contienda electoral.

Llevar a la práctica todas las promesas hechas en campaña para convencer a los ciudadanos de votar por ellos, se convierte así en un derecho, pero también en una obligación.

La de no venderles espejitos y cumplirles a cabalidad con lo ofrecido, al momento de pedirles que les dieran su confianza.

Esta prerrogativa, la del ganador, se aplica en todo el planeta.

En todos y cada uno de los países en donde prevalece un sistema democrático.

Y nadie lo cuestiona.

¿Por qué?

Porque se trata de una obviedad.

De algo tan básico y elemental que ni siquiera da materia prima para la polémica o el debate.

Por eso, resulta de locos que después del proceso electoral, en México se cuestione le hecho de que quien arrasó en las urnas, vaya a ejercer la facultad de mandar y de imponer sus mayorías legislativas en donde las haya obtenido.

En el colmo del absurdo, llaman a esta realidad “autoritarismo”.

Como si la composición del legislativo federal se hubiera gestado a punta de pistola o a través de la lucha armada y no como resultado de un proceso institucional, cívico, con protocolos muy claros, jurídicamente sustentados y avalados por todos los participantes.

Los “demócratas” que rabiosamente critican esta realidad, son los mismos que en su currículum presumen de haber sido piezas fundamentales para la ciudadanización de los procesos electorales.

Los que se asumen como próceres del respeto irrestricto a la voluntad de los ciudadanos expresada en las urnas, hoy la quieren hacer pedazos porque no les gusta el resultado final.

Hace pocos meses salieron a las calles en defensa del INE.

De ese entramado democrático que hoy repudian, considerándolo insuficiente para el establecimiento de un sistema equilibrado de poderes.

Si no hay tal, es porque las mayorías no lo quisieron así.

Esas mayorías a las que le faltan sistemáticamente el respeto tildándolos de “ignorantes”, “jodidas” o “muertas de hambre”.

Enloquecieron.

Si existen hoy mayorías calificadas es porque millones y millones de mexicanos así lo decidieron.

Nada más.

Incluyendo las clases medias y altas que abrumadoramente votaron en paquete a favor de los candidatos del oficialismo.

No cabe duda: la elección del domingo pasado ha despertado lo mejor y lo peor de nuestra sociedad.

En todos sus aspectos y expresiones.

Los que de plano no quieren ver la realidad nacional y sus manifestaciones sociales, tendrán ante sí un largo y sinuoso camino.

Nuestro México seguirá encargándose de ponerlos en su lugar.

De ubicarlos en su justa dimensión.

Y seguirá sin gustarles.

Peor para ellos.

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