Los números no dejan lugar a dudas.
Para el oficialismo, la inminente presidenta electa entrega mejores resultados que los que en su momento entregó AMLO, el creador y dueño de la franquicia.
Increíble.
Si bien influye el más de 70% de aceptación que tiene actualmente el mandatario federal –el famoso referéndum a su sexenio – y el abierto rechazo masivo a la propuesta opositora, Sheinbaum terminó por ser un magnífico producto electoral.
Articuló una imagen y un discurso que permeó profundamente en el ánimo de electorado; manteniéndolos firmes a lo largo de su campaña.
Jamás pecó de exceso de confianza ni cayó en estériles triunfalismos, a pesar de la enorme ventaja que tuvo de principio a fin de la contienda.
No se dejó nunca seducir nunca por el pernicioso canto de las sirenas que detonan las victorias tan anticipadas.
Esto se reflejó claramente en su participación en los tres debates, en donde consolidó su papel de puntera, al centrarse únicamente en las propuestas de su proyecto, sin caer en las constantes descalificaciones y provocaciones de sus adversarios.
Superó el reto monumental de vender la tan anhelada garantía de continuidad, pero con un sello propio, lo que ante la fuerza y carisma de la figura presidencial, parecía en el papel algo imposible de lograr.
Y esto es importante: un tema de justicia elemental.
Reconocer la valía real que tuvo Claudia Sheinbaum como candidata y no escatimarle su magnífico desempeño en el proceso electoral.
Le faltan al respeto quienes en su análisis la reducen, encasillándola como un simple apéndice de Andrés Manuel.
Los que suponen que su victoria se debe a una operación de estructuras y que no es producto de lo que quiso la enorme mayoría de los votantes.
Pésimos antecedentes para sentar las bases de la llegada de la primera presidenta de México.
Ojalá no sea la tónica analítica que prevalezca a lo largo del sexenio.
Urge ese salto cuántico que les permita a todos ver que Claudia Sheinbaum ganó por méritos propios, por su trabajo y dedicación y no por padrinazgos, compadrazgos, amiguismos o conveniencias.
Cada voto es suyo.
Son los votos de una mujer que se trazó un objetivo concreto y lo logró con una claridad y una contundencia que están fuera de toda duda.
Y no lo digo yo, existen indicadores numéricos claros que así lo demuestran.
Quienes de plano no puedan o no quieran verlos, tendrán ante sí un muy largo y muy duro proceso de asimilación del resultado de la voluntad popular expresada en las urnas.
Democracia, le llaman.