Por Alejandro Mondragón
Apenas fue designado precandidato del PRI a la gubernatura en 2010, Javier López Zavala salió a todos los medios a difundir que tenía una ventaja de 20 puntos sobre su principal contendiente, Rafael Moreno Valle.
Fue la tónica de toda la campaña, incluso hasta después de la votación. Zavala exhibía encuestas en las que supuestamente ganaba por 20 puntos a Moreno Valle, a quien el PREP lo ponía ya como el triunfador de la contienda.
Parece que los tiempos no han cambiado, quizá porque siguen los mismos protagonistas. Lo cierto es, si hacemos caso a lo divulgado sobre ese fenómeno político llamado Alejandro Armenta, ya para qué hay elecciones.
Que se declare nocaut de precampaña contra Eduardo Rivera y nos vamos directo a la toma de posesión del morenista.
Nadie duda que hoy Alejandro Armenta, al igual que Claudia Sheinbaum, encabecen las preferencias electorales para el 2024, pero de eso a que ya nada hay por hacer por parte de la oposición es otra cosa.
Si las ventajas son irreversibles, como lo marcan las encuestas que ya sabemos de su precisión, entonces ¿para qué el intento de Morena de romper la alianza opositora llevándose los despojos del PRI?
¿Por qué buscar perfiles empresariales o ciudadanos para postularlos como cartas morenistas a las alcaldías de las zonas urbanas de alta presencia panista?
¿Para qué se manda a supuestas panistas, aliadas de marinistas, a impugnar la nominación de Eduardo Rivera en tribunales electorales?
Son preguntas que no tendrían por qué formularse si este arroz ya se coció, pero todo apunta a que esto apenas empieza.
Y nada mejor para la sociedad que la incertidumbre democrática.
La elección se ganará hasta el 2 de junio del 2024, no enero de este año.