Por Alejandro Mondragón
Hace años bastaba un apretón de manos para sellar acuerdos entre los participantes.
Después, la fuerza de la palabra era suficiente para formalizar compromisos.
Los tiempos han cambiado.
Hubo gobernantes que por aquí acordaban con personajes de la política para que apenas salían de su oficina, tomaban el teléfono y desautorizaban cualquier pacto con las personas que ellos mismos habían enviado para atender.
En estos tiempos, son muy pocos los políticos y autoridades que cumplen acuerdos. Los propios opositores lo reconocen: el gobernador Sergio Salomón es uno de ellos.
Incluso, en la era del morenovallismo, los acuerdos eran considerados sagrados. Si el entonces mandatario lo formalizaba, entonces no existía poder humano que llevara a su incumplimiento. Muchos lo saben.
Toda la narrativa viene a cuento, porque en víspera de la definición en Morena las quejas empiezan a proliferar, sobre el que ciertos aspirantes ya se olvidaron de los acuerdos.
De plano les han expresado que hasta después de la definición continuarán, pero sin la certeza que brinda honrar lo acordado.
Y me refiero a quiénes van de punteros.
Empresarios, liderazgos políticos y personajes que sumaron, ahora se han restado. ¿Será que esos aspirantes saben -en el fondo- que no saldrán favorecidos en la encuesta morenista?
¿Por qué ofrecieron lo que no iban a respetar?
Dicen los clásicos de la política que finalmente apoyar a cierto aspirante debe verse como una inversión, si gana se cumple, si es derrotado, también esos respaldos pierden.
Sin embargo, el que ya comiencen a abandonar el barco y se sumen al adversario es un indicador que no tenía las de ganar.
Y engañaron. Nada más hay que revisar las listas de liderazgos regionales, alcaldes, empresarios y demás que se sumaron a un proyecto y ya no están.
Esa es otra señal.
