27-04-2024 11:08:57 PM

No habrá ruptura institucional 

Por Valentín Varillas 

 

Se equivocan los agoreros del desastre. 

Otra vez. 

El duelo de declaraciones de contenido netamente político, que hace unos días protagonizaron Sergio Salomón Céspedes Peregrina y Eduardo Rivera Pérez, no implica ningún riesgo de ruptura entre niveles de gobierno. 

Sin embargo, resulta más que entendible la confusión. 

Históricamente, las diferencias personales entre gobernadores y presidentes municipales de la capital, trascendieron de tal manera a lo institucional, que el saldo que dejaron en su momento fue terrible. 

Se acabaron programas y proyectos que necesariamente tenían que llevarse a cabo de manera conjunta, en sectores prioritarios en el ejercicio de gobierno como la seguridad pública o la generación y mejoramiento de infraestructura y servicios. 

Les valió madres. 

En lugar de privilegiar el compromiso con sus gobernados, priorizaron sus filias y sus fobias. 

Y así nos fue. 

El saldo: un atraso demoledor en términos de desarrollo, en comparación con otras capitales del país. 

Es más, desde hace décadas se dejó de decir que Puebla era -como siempre lo había sido- la cuarta ciudad más importante de México. 

Imposible volver a esos oscuros tiempos. 

Los de abiertos y salvajes enfrentamientos como los Bartlett-Cañedo, Melquiades- Paredes, Marín-Doger, Moreno Valle-Lalo o Barbosa-Rivera Vivanco y otros más. 

Muchos más. 

La tendencia hoy es que la fuerza de las instituciones que Céspedes y Rivera encabezan, sea mayor que el de las calenturas electorales. 

De eso se trata. 

De entender que son caminos separados y que mezclarlos, lejos de traerles algún tipo de rentabilidad o beneficio, en términos de imagen y popularidad sería demoledor. 

Más allá de que Lalo tenga un proyecto político personal y que Sergio quiera la continuidad de su partido en la jefatura del ejecutivo estatal, los dos tienen la responsabilidad de que sus gobiernos nos cumplan. 

Que se materialicen los resultados prometidos. 

Ambos generaron expectativas enormes con su llegada al cargo. 

Ambos tendrán que estar a la altura de las mismas. 

Y seguramente así será. 

Conociéndolos de años y viendo la manera en la cuál se han desempeñado en sus cargos, hay espacio para al optimismo. 

Creo que estamos muy lejos de vivir algo siquiera parecido a las auténticas pesadillas referidas en estas líneas. 

Qué bueno por ellos. 

Qué bueno por sus partidos. 

Qué bueno por los nuevos y mucho más tranquilos tiempos políticos que se viven y hoy. 

Pero sobre todo, qué bueno por este estado y su principal ciudad, que necesitan urgentemente del trabajo serio y profesional de quienes hoy llevan sus riendas. 

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