Por Alejandro Mondragón
Ahora parece que el simple hecho de militar o simpatizar con Morena brinda derecho de admisión al gabinete estatal.
El propio presidente Andrés Manuel López Obrador ha dicho que -para él- un funcionario debe garantizar el 90 por ciento de su lealtad para trabajar en su gobierno.
El finado gobernador Luis Miguel Barbosa confió en una veintena de personajes, hombres y mujeres, para participar en su equipo y, meses después, los despidió por traidores, incompetentes y corruptos.
¿Por qué Sergio Salomón Céspedes Peregrina no puede, entonces, nombrar a quien desee en su gabinete?
Qué si es panista, priista, morenovallista, yunquista o hermana del verbo encarnado.
Céspedes Peregrina será -al final- el gobernador que rendirá cuentas a los poblanos, de su gestión que inició en diciembre del 2022 y concluirá el mismo mes del 2024.
¿Se han puesto a pensar si aquellos funcionarios, que heredó del barbosismo, están a la altura de las nuevas circunstancias?
¿Cuántas horas ha tenido que dedicar Céspedes Peregrina a revisar lo que corresponde a su equipo de trabajo?
Aquellos que desde Morena juzgan, quizá no estaría de más preguntarles sobre si la llegada de personajes que no pertenecen a la pureza morenista obedece a que son más capaces, en el ejercicio de gobierno, la administración y el manejo de recursos.
El problema tampoco radica en el gobernador para designar perfiles que respondan más a sus exigencias, sino a los morenistas que creen que por subirse a la ola de la Cuarta Transformación ya garantiza su capacidad en la administración pública.
Pena debería de darles a los morenistas puros que otros personajes, de ideologías diferentes, aporten más a la 4T que ellos mismos.
Son buenos para descalificar, pero muy huevones y flojas para trabajar.