Por Valentín Varillas
Increíble, pero cierto.
El panismo más dogmático, el más ortodoxo y apegado a su ideología y estatutos.
El que no se mueve ni un milímetro de aquellos documentos básicos que en su gran mayoría, no tienen un sólo punto de convergencia con la agenda feminista.
Los mismos a los que –con mucha razón- se les acusa de fijar su postura en cuestiones que afectan directamente a las mujeres mexicanas, utilizando como marco de análisis el crisol del más rancio tradicionalismo o de las más férreas creencias religiosas.
Los que no toman en cuenta la frialdad de los números ni los más contundentes indicadores que los aterrizan en temas de salud pública, de libertades básicas y derechos humanos esenciales.
La derecha “extrema”, ha demostrado con hechos y no palabras, ser mucho más congruente en la defensa de los derechos de la mujer, que aquel panismo “light” que tomó por asalto al partido y que surgió de una ruptura del priismo poblano en tiempos de Mario Marín.
La expulsión del diputado Eduardo Alcántara, quien de acuerdo a todas las autoridades electorales vigentes en este país, es responsable de ejercer violencia política por razón de género, además de acoso y hostigamiento sexual, es un auténtico manotazo en la mesa.
Más allá de que la última palabra la tenga la Comisión de Orden del CEN.
Un mensaje de que este tipo de conductas no serán toleradas y de que se llegará a las últimas consecuencias: pase lo que pase y caiga quien caiga.
Nada que ver con el actuar de quienes tenían hasta hace poco el control del PAN estatal.
Las y los que se jactaban de haber pasado a la historia perfilando a la primer gobernadora poblana, traicionaron al resto de las mujeres que se dedican a la actividad política –más allá de ideologías, colores y partidos- con su apoyo incondicional a un violentador que acabó en donde se merecía acabar: tras las rejas.
Inés Saturnino López, ex alcalde de Tecamachalco, brilló intensamente en el morenovallismo.
Fue uno de los consentidos de Rafael y su círculo cercano.
Terror y maltratos sembró entre sus regidoras.
A cambio, personajes como Genoveva Huerta, lo apoyaron siempre.
Inclusive cuando había un dictamen de la FEPADE que daba puntual detalle de sus abusos.
Jamás una condena pública clara, contundente, como ameritan casos como éstos.
Solamente recibió una muy tibia amonestación mediática en el 2017, por parte de la entonces Secretaria General del PAN, Martha Érika Alonso para cuidar las formas.
Pero el apoyo incondicional del CDE continuó.
En junio del 2021, cuando Huerta Villegas seguía siendo la dirigente estatal del PAN y estaba en plena búsqueda de su reelección, le regaló a Inés Saturnino la presidencia del comité municipal del PAN en Tecamachalco.
De locos.
El interés político por sobre la sororidad.
Un ejemplo más del tan dañino feminismo de membrete.
Ese con el que se lucra en el discurso -desde la más llana y hueca teoría-, pero que jamás se atreve a dar una sola muestra de congruencia en la práctica.