30-04-2024 09:59:55 AM

Plan C: la elección de Estado

Por Valentín Varillas 

Cuando desde la investidura presidencial se dice que el oficialismo “irá por todo en el 2024”, se admite que el gobierno federal se meterá de cuerpo entero a operar para garantizar la continuidad de este grupo en lo más alto del poder.  

Ha quedado claro que, la verdadera joya de la corona será alcanzar la mayoría absoluta en ambas cámaras del legislativo nacional para hacer y deshacer a su antojo. 

La Constitución Política del país, será el botín. 

Esta frase, hecha pública por el presidente en una de sus mañaneras, hace pedazos la congruencia discursiva de su movimiento. 

Aniquila la razón de ser de su famosa Cuarta Transformación. 

Esa que tiene como mito fundacional la palabra “fraude”. 

Andrés Manuel se victimizó más de 16 años sacándole jugo a la condena de la intervención institucional en cuestiones de política partidista. 

Desde su proceso de desafuero, ideado y operado desde lo más alto del poder político en tiempos de Vicente Fox. 

El clímax del martirologio se dio en el 2006. 

El complot de aquella mafia en el poder que en teoría le robó la presidencia. 

Empresarios poderosos, medios masivos de comunicación, organizaciones civiles afines al “conservadurismo”, líderes opositores y demás, moviendo capitales e influencias para ir en contra de la voluntad popular. 

Todo parece indicar, que quienes hoy enarbolan la bandera del cambio harán exactamente lo mismo, con tal de aferrarse al poder. 

Sí, los que a pesar de las contundentes evidencias, siguen jurando que no son iguales a sus antecesores. 

Los puros, los virginales, los de la honestidad a toda prueba, admiten sin empacho que van a operar una elección de Estado. 

El presidente está enojado. 

Mucho. 

En algunas ocasiones se le ve fuera de sí. 

Y nada bueno puede resultar, si le gana la víscera a un líder con la popularidad y capacidad de influencia de Andrés Manuel.  

No puede asimilar el fracaso de su estrategia de controlarlo todo, absolutamente todo,  intentando eliminar los siempre incómodos contrapesos.  

Ese presidencialismo absoluto e imperial que cree que no debe tener freno alguno. 

Que se siente omnipotente y omnipresente. 

El que está convencido que debe de gozar de un estado de derecho de excepción, en donde hasta la propia Constitución la interpreta y manipula a conveniencia. 

Y lo peor: con una facilidad asombrosa, etiqueta como enemigos a quienes tienen la obligación de hacerla cumplir. 

Esta película ya la vimos. 

Es casi idéntica a aquella que nos recetaron por más de 70 años, cuando en México se vivía un anacrónico régimen de partido único, en donde éste y el gobierno eran exactamente lo mismo. 

Hoy, que en teoría avanzamos, en los hechos pareciera que vamos para atrás. 

Una peligrosa regresión a épocas que en teoría no volverían jamás. 

Tiempos pasados en donde, como hoy, desde lo institucional se tuerce la ley, se ataca, divide, fractura, manipula y engaña, con tal de no perder el poder. 

Como antes, como ahora, como siempre. 

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