Por Alejandro Mondragón
Los reflejos en política, en ocasiones, resultan más eficaces para enfrentar enconos en momentos en que los adversarios han sacado los cuchillos cebolleros.
Y no me refiero a capitular para lo que venga en el futuro, sino de despresurizar para ensanchar los márgenes de la gobernabilidad.
Luis Miguel Barbosa dejó instalado el andamiaje institucional, no se sabrá si previendo lo inevitable o para garantizar la continuidad de la Cuarta Transformación.
Lo cierto es que ese marco legal dio espacios para la llegada de Sergio Salomón Céspedes Peregrina como gobernador, en su sustitución.
Las presiones arreciaron desde dentro de Morena, no en la oposición que se sumó legislativamente a su arribo a Casa Aguayo.
Los de casa operaron contra Salomón, quien con reflejos logró el acercamiento más próximo a Palacio Nacional: Claudia Sheinbaum y luego obtuvo lo que nadie más tenía: el respaldo moral de Doña Rosario Orozco.
Aún así siguieron las presiones. Otra vez se movió rumbo a Palacio Nacional, se entrevistó con el secretario de Gobernación, Adán Augusto López y hasta firmó desplegados de apoyo a la jefa de Gobierno de la Ciudad de México por el accidente en la Línea 3 del Metro.
En Puebla, no dejó de sostener reuniones con los suyos, intensificó giras al interior del Estado con el apoyo de los alcaldes de todos los partidos.
Se reunió con partidos que respaldan la alianza, inaugura obras con ediles como el de la capital, Eduardo Rivera, recibe visita de funcionarios federales, fortaleció la relación con la rectora de la BUAP, Lilia Cedillo y se reúne con sectores, como el empresarial.
Eso sí, sin acudir a las estructuras anquilosadas de las dirigencias patronales que tanto censuró el exgobernador Barbosa.
Ahora, todos quieren reunirse con el mandatario, quien dejó en claro que no habrá carpetazo a la corrupción, para subirse al tren salomónico.
Vaya, vaya.
