Por Valentin Varillas
Así como la oposición busca un perfil sacrificable, para mandarlo a perder en el 2024 con el mínimo de afectaciones posibles a los grupos que hoy controlan sus respectivos partidos, los asesores y operadores de AMLO han echado a andar una estrategia de “transformación” de los presidenciables.
Buscan convertirlos en un producto electoral que se parezca lo más posible al actual jefe del ejecutivo federal.
La labor, parece titánica.
Vamos, casi imposible de alcanzar.
Desde el evento en Toluca, las famosas “corcholatas” hicieron todo lo posible por mostrarse cercanos a la gente.
Ciudadanos de a pie, comunes y corrientes.
Con una constante y muy ensayada sonrisa, se adentraron en el complicado mundo de los baños de pueblo.
Ese que su jefe político maneja como un auténtico maestro.
Yo creo que no les salió.
Se veían actuados, falsos, metidos a una camisa de fuerza que de plano no es de su talla.
No les queda.
Y eso que tenían una audiencia a modo.
Ni duda cabe el gran trabajo de acarreo que llevaron a cabo los liderazgos de Morena, para que sus precandidatos recibieran porras, gritos de apoyo y todo tipo de loas por parte del “respetable” que, masivamente, acudieron al obligado llamado.
Un primer experimento con “la masa” (nada peyorativo en el uso de este adjetivo).
Un round de sombra para medir su desempeño en la plaza pública.
Días después, dos de ellos compartieron en redes y en giras de trabajo sus respectivos números de WhatsApp, para recibir directamente los mensajes y necesidades “del pueblo” y en teoría, recibir de ellos mismos una respuesta inmediata.
Ebrard y Adán Augusto optaron por adaptarse a los usos y costumbres a los que nos ha obligado el avance de la tecnología, apostando por llegar al mercado de los jóvenes votantes.
Al mismo tiempo, Claudia Sheinbaum abría en las redes las puertas de su hogar.
Dejar claro, por lo menos en lo mediático, que ella también vive en la medianía republicana que tanto obsesiona a López Obrador.
Vender que subsiste al margen de los lujos y los excesos a pesar de tener uno de los cargos políticos de mayor importancia en el país.
Vamos, hasta cantó acompañada de su vieja guitarra.
Y es que, en su óptica, nada iguala más que la música.
En esta lógica, se optó también por organizar aquel famoso concierto masivo de Silvio Rodríguez en el Zócalo.
Sí, el arquetipo de la ideologización hecha canción.
Un auténtico maestro en esto de convertir el arte en un burdo panfleto de alabanzas al tirano en turno.
Toda esta serie de eventos deben ser ya considerados como parte del arranque no formal de las precampañas de los tiradores de Morena a la presidencia.
Pero viene lo bueno.
Verlos en el campo de batalla de la plaza pública.
Aquél en el que López Obrador tiene doctorado.
Y ninguno tiene el carisma, ni el discurso, ni la imagen, ni la personalidad que el hoy presidente mostró en sus tres campañas.
Si alguno llena el Zócalo, como lo llenó y sigue llenando Andrés Manuel, no será seguramente de espontáneos.
Al fin, hoy el partido en el gobierno tiene todos los elementos materiales y humanos para hacerlo.
Porque es evidente que, quien resulte candidato ganará la presidencia.
Su gran problema es que van a intentar disfrazarlo de algo que no es.
Porque el fenómeno López Obrador es único y por lo mismo, intransferible e irrepetible.
Lo van a aprender de la peor forma.
Cuando vean que, ya en la presidencia, no existirá semejante blindaje.
Pero no hay de otra.
Los publicistas del régimen se han encargado de convertir esta Cuarta Transformación en tema de un solo hombre.
Y contra eso, no hay nada que hacer.
Cuando ya no esté el único pilar del movimiento, la lógica indica que el castillo de naipes tenderá a colapsar.