Por Valentín Varillas
Normal, muy normal el que los diputados panistas se resistieran a aprobar la reforma al Código Penal para sancionar a quienes llevan a cabo “terapias” de conversión sexual que atentan contra los derechos humanos básicos, fundamentales.
Sus compañeros de partido y de ideología fueron en su momento los principales precursores de semejante abominación en todo el país.
Los sectores más conservadores, insertados en la extrema derecha, se alarmaron cuando se dieron cuenta de que todo tipo de preferencia y orientación sexual, poco a poco, iban teniendo una mucho mayor aceptación social.
Por lo mismo, aquellos pilares de la moral y las buenas costumbres empezaron a ver que las estrategias que ellos mismos llevaban a cabo con sus vástagos o familiares, que en su torcida óptica les salían “desviados”, ya no eran efectivas.
Poco a poco se empezaron a revelar.
Ya no aceptaban tan fácilmente resignarse a llevar una doble vida.
A engañar a mujeres de similar ideología y nivel social sobre sus preferencias sexuales, tener hijos y vender ante los ojos de la sociedad y de su iglesia, el modelo de familia ejemplar.
Tampoco querían ya ser ingresados por la fuerza y sin ninguna vocación a seminarios, escondiéndolos del ojo público y a la par, vanagloriarse de la dicha de haberle entregado a su dios a uno de los suyos.
A ser desheredados, desterrados, y desconocidos porque en su óptica medieval, en su castración social e intelectual, representaban una vergüenza familiar.
Una deshonra para su casta.
Una mancha indeleble en su blasón, en su ridículo escudo de armas.
Cuántas décadas de historias de su doble moral existen al interior del cada vez más hipócrita conservadurismo poblano.
En pasado y en presente.
Por eso, como medida desesperada y tomando su religión como bandera, se apoyaron en un naciente, pero sólido grupo cuya ideología se basaba en que aquellos que tenían una preferencia sexual “anormal”, se comportaban así porque estaban lejos del creador.
Llegaron al extremo de convertir semejante aberración en una política de Estado.
Desde la llegada de Vicente Fox al poder, se empezaron a destinar recursos públicos para todo tipo organizaciones fachada de lo más rancio de la derecha y que no necesariamente invertían en su “cruzada moral”.
El primer escándalo público con el tema de las terapias de reconversión se dio en Jalisco, cuando fue gobernador el panista Emilio González Márquez destinó millones de pesos del erario estatal, para apoyar a un grupo católico que vendía la “cura” de la homosexualidad a través de la oración.
El precursor de esta teoría fue el sacerdote Buenaventura Wainwright, un norteamericano que sentó sus bases en Tepoztlán, Morelos desde finales de la década de los 60.
En el 2006 se presentó formalmente ante la Asamblea General de Obispos del Consejo Episcopal Mexicano el proyecto Courage Latino, una organización que hasta la fecha defiende la idea de que la homosexualidad es una “enfermedad del alma” y por lo tanto, curable.
Otro de los precursores de este proyecto fue Óscar Rivas, un diseñador que hizo millones consiguiendo financiamiento de los grupos más conservadores del país, a cambio de gritar a los cuatro vientos que él mismo había sido “sanado” de la homosexualidad a través de la espiritualidad.
Rivas, educado en colegios de corte católico, aseguraba haber estado muy cerca del suicidio por la tremenda culpa que sentía al saber que era homosexual y por no estar convencido de las recomendaciones de psicólogos de que asumiera, sin miedo ni culpa su orientación sexual.
Según él, la espiritualidad lo cambió todo.
El mito de la María Magdalena, pero recargado.
Trajeron a México al padre John Harvey, fundador de Courage a nivel mundial, un apostolado católico con sede en Nueva York y que funciona desde 1978, para que fuera él quien avalara su trabajo ante los obispos mexicanos y a la par, fundara el primer capítulo de la organización en un país de habla hispana.
Courage cuenta en la actualidad con cientos grupos de “apoyo” a homosexuales en varios países del mundo y por supuesto, de América Latina.
Harvey fue autor de libros como La persona homosexual (1987), La verdad acerca de la homosexualidad: el llanto de la feligresía (1996), Atracción sexual hacia el mismo sexo: una guía para padres (2003) y varios más.
Juan Pablo II y el cardenal Alfonso López Trujillo, del Consejo Pontificio para la familia, avalaron el trabajo de Courage porque “ayuda a los homosexuales a vivir castamente a través de la ayuda espiritual y no a través de un programa de reorientación sexual”.
Para ellos, la homosexualidad es “un trastorno emotivo, producto de un déficit emocional, que tiene remedio”.
Y ese remedio, claro, es la manipulación de la fe, con sus consabidos beneficios.
Por eso, infiltrados en organizaciones y partidos políticos, buscan revertir las campañas del gobierno contra la homofobia y los movimientos mundiales a favor de los matrimonios entre personas del mismo sexo, invitando a los católicos, los obispos y los sacerdotes a “tener las agallas para defender la palabra de Cristo”.
Qué bueno que en Puebla fracasaron.
Qué malo que los defensores de esta teoría, a pesar de sus férreas convicciones, no hayan tenido ni siquiera el valor de votar en contra.
Simplemente, se abstuvieron.
Bendita congruencia.
Argumentaban la defensa de estos métodos porque sus protocolos no estaban basados en actos de violencia física o psicológica.
¿Qué peor violencia o discriminación puede existir, que ser repudiado por tu Dios, simplemente por tu orientación sexual?
Esta es la definición de la violencia extrema, absoluta; la peor tortura imaginable para un creyente.
Por cierto ¿cómo andará la homosexualidad en su círculo cercano?
¿Qué tan “malitos” están?
En resumen: qué gran triunfo para las libertades en Puebla.
Que vengan muchos más.
Vaya derrota demoledora para quienes el gran Serrat definió, con mucho acierto, como “los macarras de la moral”.
Que vengan muchas más para ellos también.