Por Valentín Varillas
Morena tiene prácticamente amarrada la presidencial del 2024.
La figura presidencial, aunque en su punto más bajo en términos de popularidad y aceptación, pero muy por arriba de cómo se encontraban sus antecesores a estas alturas de sus respectivos gobiernos, será fundamental para apuntalar a su sucesor.
La inauguración del nuevo aeropuerto y el regreso de AMLO a la boleta en un proceso nacional como la revocación de mandato, lo van a fortalecer en la segunda mitad de su mandato.
Otros factores como el uso faccioso de las instituciones públicas para fustigar a sus opositores y críticos, van a ayudar en la arena electoral a quien compita en pro de la continuidad de la 4T.
Ahí están la FGR y la UIF para apretar a quien pretenda plantarle cara al candidato oficial.
La operación electoral y de recursos desde el gobierno federal están garantizados.
Morena llegará al 24 con más de 20 gobernadores emanados de sus filas.
Se trata de los jefes políticos de estas entidades que, igualmente, tendrán dinero y poder para operar a favor de quien represente los intereses de Palacio Nacional.
Ir contra todo esto, en términos de política real, es un auténtico suicidio.
Por eso, la oposición no tiene liderazgos visibles, ni se preparan seriamente perfiles que pudieran llegar a ser competitivos para la próxima presidencial.
El reto para la 4T viene después.
Una vez amarrados seis años más, con la legitimidad electoral fuera de toda duda, quien AMLO decida que va a ser el próximo presidente, tendrá que llevar a cabo una labor titánica: el dar resultados concretos.
Esos que han estado y estarán ausentes en el sexenio de López Obrador, pero que debido a su enorme blindaje social y carisma, no le han afectado como deberían.
Esta armadura, compuesta en gran medida de fanatismo y esperanzas, lo protege en términos de opinión pública pero es personal e intransferible.
Imposible de heredar a su sucesor o sucesora.
Quien llegue, tendrá que legitimarse de facto a través de acciones efectivas de gobierno.
No le va a alcanzar de otra manera y la caída puede ser, además de rápida, muy pronunciada.
Ninguno de los que se manejan como posibles candidatos es López Obrador, ni de cerca.
Si en el próximo sexenio siguen los fracasos en materia de política social, económica y en seguridad pública, ese sueño guajiro de mantener por décadas a la 4T en lo más alto de la política nacional, puede mutar en pesadilla.
Ya vimos cómo le fue a Sheinbaum con la tragedia de la Línea 12 del Metro.
Su caída estrepitosa en las encuestas y las derrotas que sufrió Morena en zonas de la capital que por décadas fueron consideradas como un auténtico bastión de su grupo político.
El juicio social fue y sigue siendo demoledor.
La derrota en términos de opinión pública y publicada resultó apabullante.
Tanto así, que tuvo que salir el presidente a la defensa de su protegida, estableciendo que él iba a ser el único que declararía públicamente sobre estos hechos.
El gran mago de la distracción, el genio y maestro del engaño se puso al frente de una estrategia de control de daños que evitó un daño político mayor.
Esto es apenas una probadita de lo que le puede pasar a quien suceda a López Obrador en la presidencia.
Ninguno es capaz de hacer lo que él hace.
Nadie tiene esa especial habilidad de salir adelante a pesar de los nulos logros como gobierno, aún ante los más bizarros y adversos escenarios.
Quien siga, si pretende mantener la misma estrategia de simular en vez de gobernar, va a terminar siendo el verdugo del actual grupo en el poder.
AMLO ha dicho, una y otra vez, que cuando se termine su sexenio se irá “a la chingada”, su rancho.
No tendría por qué resaltar de forma obsesiva algo que, de acuerdo a la propia Constitución, resulta una obligación para quien ocupa la jefatura del ejecutivo federal.
A menos que, estando consciente de que sin él no hay 4T, esa tan temida tentación autoritaria de fin de sexenio, termine siendo una realidad.
Una auténtica pesadilla, resultado de un esperanzador sueño de cambio democrático.
Vaya cruel paradoja.