Por Alejandro Mondragón
Los nuevos presidentes municipales y alcaldesas que arrancan ya sus administración tienen, obligadamente, que verse en el espejo de los que se van.
Como toda regla existen excepciones en los reelectos, alrededor de 50.
Peeero todos los demás llegan como los que se irán: con más ganas que ideas por resolver temas centrales en sus comunidades: bacheo, alumbrado, seguridad, recolección de basura, ambulantaje y obras que la población les reclamó en campaña.
La complejidad será mayúscula en tiempos de escasez presupuestal, restricciones para adquirir deuda y evitar lo que siempre se hace: gobernar con familiares y amigos.
Puebla ya necesita otro tipo de autoridades, esas que dejan de lado la corte de aduladores, reconocer insuficiencias y soportarse en esquemas nacionales y estatales para obras y combate a la inseguridad.
Creer que pelearse con el gobernador en turno los presenta como rebeldes es un autoengaño, pues los tiempos han cambiado.
Ahora no existe un gobierno, como si pasaba en el morenovallismo, en el que se ofrecían fondos, a cambio de que constructoras recomendadas se encargaran de los trabajos.
O se creaban programas de peso sobre peso, que en realidad servían para el cochinito de la campaña electoral que se avecinaba o se les obligaba a concesionar servicios a empresas en las que detrás aparecían políticos e incluso funcionarios estatales.
Las autoridades municipales se sometían a los proyectos que les imponían para favorecer política y económicamente los intereses del gobernador en turno.
Ahora ya no. Ese cambio se nota en la administración de Luis Miguel Barbosa, la cual dejó a un lado el reclamo de moches a ediles o la persecución si no se aceptaban sus reglas.
Por eso, estas nuevas autoridades si asumen que la función municipal es un negocio acabarán igual o peor de quienes se van.