Por Valentín Varillas
Ricardo Monreal vive sus horas más oscuras, en lo que a la relación con el presidente López Obrador se refiere.
El fondo y la forma de su relevo como hombre de confianza de Palacio Nacional en el Senado, no dejan lugar a dudas.
El zacatecano transitó de la gloria al infierno y juran los enterados que la defenestración se la ganó a pulso.
Que su gran pecado fue el priorizar una agenda política personal, que no necesariamente era la misma de quien hasta hace poco era en los hechos su jefe y amigo.
Y esto, de acuerdo con los protocolos con los que se maneja la 4T, simple y sencillamente resulta imperdonable.
En la lógica del presidente, Monreal falló al momento de perfilar las reformas que eran consideradas como de altísima prioridad, para poder navegar en aguas menos turbulentas la segunda mitad del sexenio.
Se puso primero, antes que él y pagó las consecuencias.
La llegada de Sánchez Cordero deja un mensaje claro en términos de la incondicionalidad que hoy exige el jefe del ejecutivo a sus correligionarios.
Como titular de Gobernación, jugó sin chistar el papel de figura decorativa que le asignó Andrés Manuel.
Entró cuando se le pidiera que entrara y se abrió cuando así se le ordenó, sin importar que se tratara de temas que directamente le correspondían a la dependencia que encabezaba.
Apechugó sin quejarse el costo en imagen y en opinión publicada que su gris paso por el gabinete le trajo como consecuencia.
Al contrario, Monreal quiso ser la voz cantante de la llamada cámara alta del legislativo nacional e intentó desde esa posición perfilar su proyecto de ser candidato a la presidencia en el 2024.
Falló de manera estrepitosa.
Y hoy, es evidente que sus bonos se han derrumbado también al interior de su partido.
Que no tendrá cabida en la lista de probables sucesores de López Obrador.
Algo anda mal en la visión y lógica de operación de Ricardo Monreal en los últimos años.
Su toma de decisiones y actuar, han sido, por decir lo menos: erráticos.
Hay que recordar el papelón que protagonizó al querer intervenir en el proceso de selección del candidato de Morena al gobierno del estado, en la elección extraordinaria del 2019.
Le dio alas e hizo crecer artificialmente a perfiles muy modestos, terriblemente chiquitos que, apenas un año antes, cuando el morenovallismo gozaba de cabal salud política en Puebla, no se atrevieron a enfrentar a Marta Érika Alonso y a toda la capacidad de operación electoral y de recursos del que era entonces el grupo político hegemónico en el estado.
Buscaron, cómodamente, otras posiciones que les garantizaban un lugar en la política y el servicio público, cobijados por el arrastre de la figura del hoy presidente López Obrador.
Ya muerto Rafael, con un panorama completamente diferente, se sintieron con los tamaños suficientes como para competir por la posición.
El que Monreal metiera las manos en Puebla, no gustó nada en la oficina principal de Palacio.
AMLO decidió que Barbosa fuera nuevamente el candidato, ya que estaba consciente de que el hoy gobernador había ya ganado el proceso del 2018 y merecía repetir.
Hay que recordar que Barbosa fue invitado por el entonces presidente electo a un encuentro con los candidatos ganadores de Morena en esa elección y se le dio trato de gobernador electo.
Pero regresando a Monreal; de acuerdo a la nueva realidad que vive en lo político, dinamitada como está ya su relación con el presidente y siendo víctima de una obsesión de convertirse en presidente dentro de tres años, todo parece indicar que su futuro inmediato podría estar en un partido distinto al que lo llevó al Senado.
La gran duda radica en si alguno de ellos estaría dispuesto a abrirle las puertas a un personaje que hoy resta mucho más de lo que podría llegar a sumar.