Por Alejandro Mondragón
Que Morena no ha estado a la altura -como partido en el poder- de la Cuarta Transformación, es crítica común, peeeero que los dirigentes lo señalen es una estulticia.
El movimiento de Andrés Manuel López Obrador pasó la aduana del referéndum en la elección reciente, aunque le partieron la joya de la corona, la Ciudad de México, y otras ciudades importantes.
La ecuación es simple. A los dogmáticos de Morena les ganó la fobia, en la definición de candidaturas, mientras a los pragmáticos, la ambición.
El senador Ricardo Monreal, en distintos foros, hace reflexiones sobre las fallas del partido, que no estuvo a la altura, que no se ha consolidado como institución y demás rollos, pero lo cierto es que los únicos culpables son los dirigentes.
Desde Mario Delgado hasta el propio Monreal se apropiaron de candidaturas, excluyeron a la base militante, fomentaron la división interna y les valió madre.
Ahí están los resultados en la Ciudad de México, Estado de México, Chihuahua, Nuevo León, San Luis Potosí, la zona metropolitana de Puebla y las principales capitales del país.
El dogmatismo por cerrar el círculo de las decisiones en el partido, a cargo de la estructura burocrática con Bertha Luján y Citlalli Hernández, echó por la borda la cohesión partidista.
Del otro lado, los pragmáticos con Delgado y Monreal acentuaron las divisiones. No les importó el papel de gobernadores como Luis Miguel Barbosa para ganar, sólo pensaron (Mario y Ricardo) en su ambición.
Y en Puebla poco contribuyeron dirigentes y liderazgos como Edgar Garmendia, Carlos Evangelista, Alejandro Armenta Mier e Ignacio Mier.
Por imponer para llevarse todo, se quedaron chiflando en la loma en términos de cumplimientos de acuerdos.
Así que el problema no es el partido, sino sus dirigentes y liderazgos.