Por Alejandro Mondragón
Al interior del panismo se debate si debe existir o no una relación de “nueva colaboración” con el gobierno de Luis Miguel Barbosa.
En precampaña, el ala morenovallista era la más crítica, al grado de censurar al entonces aspirante Eduardo Rivera Pérez por evitar la mínima expresión de desacuerdo con el barbosismo.
Hasta juraban era su auténtico candidato a la alcaldía de Puebla.
Vino la elección, ganó Rivera Pérez y la ecuación cambió.
Genoveva Huerta, quien había hecho eco de las críticas a Rivera Pérez por no defender a los panistas, acusados de malos manejos en los tiempos del barbosismo, apareció en una reunión en Casa Aguayo con el mandatario poblano.
Y, entonces, los duros del panismo y hasta sus aliados le endosaron todo tipo de críticas, lo que la hizo salir al paso para negar acuerdos en lo oscurito.
Quizá ni Genoveva Huerta, los suyos y adversarios al interior del PAN dimensionen que los tiempos cambiaron. Las derrotas no son eternas, ni las victorias para siempre.
Sentarse a negociar implica un acto político en el que las partes se escuchan, plantean y definen expectativas. Maximizan coincidencias, minimizan diferencias para despresurizar la polarización.
Si el presidente Andrés Manuel López Obrador no quiere nada con sus oponentes, hay gobernadores que sí, porque el quehacer político rebasa los egos.
Ni el PAN va a dejar de ser oposición, ni el barbosismo, gobierno. Pero no se olvide que en los últimos sexenios lo único que imperó fue la Ley del grupo en el poder.
Esa que sólo escuchaba, veía y hablaba con sus espejos. Cero inclusión, nada de dialogo y menos comunicación.
El problema es de Genoveva, porque quien las hace, no las consiente.