Por Valentín Varillas
Todos los gobernantes tienen uno.
Aquel que hace el trabajo sucio, opera conjuras y venganzas inconfesables, se mancha las manos y evita que el plumaje de su patrón se mancille al pasar por el lodazal que representa la política nacional.
Nuestra historia está llena de estos personajes.
Algunos muy inteligentes, de formas sofisticadas; operadores de talento nato que, como los grandes estrategas, apenas si se notan.
Los hay en contraparte, muy burdos, los que actúan al margen del cuidado mínimo de los protocolos básicos del oficio que desempeñan y pretenden únicamente servir a su patrón.
Mario Delgado ha decidido llevar a cabo esta función.
En esta 4T se ha revelado como el gatillero del presidente.
Y no es de los buenos, créame.
Con tal de seguir al pie de la letra los dictados que salen de la oficina principal de Palacio Nacional, se ha olvidado del decoro, la congruencia y sobre todo, el honor.
Convirtió en un burdo circo el proceso de selección de candidatos de Morena para este proceso electoral.
No le importó hacer pedazos los estatutos del partido que dirige a nivel nacional, con tal de imponer perfiles de dudosa capacidad y salir a la defensa de auténticos delincuentes que ya habían sido palomeados por el presidente para competir en la elección.
No en vano recibe protestas y agresiones en prácticamente todos los estados que visita en esta campaña.
El descontento es monumental.
Sus horas más oscuras: la cruzada para convertir a sangre y fuego a Félix Salgado Macedonio en gobernador de Guerrero.
Su presencia en los plantones, marchas y protestas en contra de la autoridad electoral, que le negó la candidatura por errores e incompetencia cometidos por el mismo partido al momento del registro, será una mancha indeleble en lo que reste de su vida pública.
Una falta de respeto a las mujeres violentadas por el propio guerrerense y en general, por el resto de las mujeres mexicanas víctimas de violencia.
Delgado le ha sido muy útil a AMLO, como caja de resonancia de su tan socorrida narrativa del fraude.
El partido en el gobierno, en nado sincronizado con el gobierno federal, adelantan sin ningún elemento o prueba de por medio, que la autoridad electoral, de la mano de los partidos opositores, preparan un estrategia que pretende “robarles” la elección.
La intención es alejar a los votantes de las urnas.
Que se genere una desconfianza tal, que el nivel de participación ciudadana sea lo suficientemente bajo que favorezca el status quo y de paso, curarse en salud por si las cosas no salen como se esperaba en el presupuesto electoral de López Obrador.
Una locura.
Ganen o pierdan, van a arrebatar: ese es el mensaje.
Ya de paso, el burdo montaje de su supuesto ataque en Tamaulipas, estado que se ha convertido en el centro de los misiles, legales y mediáticos, disparados desde la bilis presidencial, para no dejar lugar a dudas de su mal entendida lealtad a quienes ellos mismos se ufanan de llamar “caudillo”.
Valdría la pena que Mario Delgado, más allá de sus intereses cortoplacistas, le echara una leída rápida a varios episodios de nuestra historia reciente.
Puebla, por ejemplo.
¿Cómo han acabado y cómo podrían acabar los que, por aquella obsesión de servir y servirse de su amo, dejaron a su paso una larga y muy variada lista de damnificados?
Entiendan: el poder no es para siempre.