Por Valentín Varillas
Es oficial ya la alianza PRI y PAN para competir por la alcaldía de Puebla.
Esa que en su momento soñó Moreno Valle.
La que en teoría lo perfilaría como el opositor por excelencia y por lo mismo, el único capaz de competir con éxito en la presidencial del 2024.
Muchas leyendas y teorías han girado sobre este tema.
Sobre todo después del fatal accidente del día de nochebuena.
Supuestas reuniones con la crema y nata de la clase política y empresarial nacional, las auténticas grandes ligas del país, que se habrían comprometido a apoyar con todo su proyecto.
Una de ellas, la que más vendió en el terreno mediático, fue la que se habría llevado a cabo en Nueva York, en uno de los más selectos clubes privados de ese lugar.
Los herederos del “salinismo” y sus más importantes vasos comunicantes, en la vida pública y el mundo del dinero en el país, como protagonistas principales y avales de los acuerdos y compromisos.
Con la gubernatura de Puebla en ese momento en la bolsa, la apuesta por Rafael no parecía descabellada.
Le ayudaba también la cercana y reciente relación que había tenido con el priismo.
Haber sido uno de los incondicionales de Peña Nieto y su pandilla, era un factor que daba confianza.
Moreno Valle supo caminar con el entonces presidente y darle forma a una muy interesante y rentable complicidad.
En lo político y en lo económico.
El poblano fue factor importante en la aprobación de las reformas estructurales impulsadas desde Los Pinos, a cambio de que el presidente, sus socios, amigos y testaferros, se quedaran con los negocios más jugosos que podían hacerse en el estado al amparo del poder.
Algo similar podía hacerse, pero a gran escala, si lograban arrebatarle el poder a la 4T.
Y el pastel era lo suficientemente grande y apetitoso como para ofrecer algo muy atractivo a todos: priistas, panistas, perredistas, nueva-aliancistas y demás rémoras que cupieran en el pacto.
Sumaba también la experiencia de Rafael en la conformación de alianzas ganadoras.
Su campaña en el 2010 como ejemplo más claro y la capacidad de hacerse con las posiciones más importantes en la política y el servicio público poblanos, elección tras elección, a partir de su llegada a la gubernatura.
Con el PRI como aliado; siempre de facto, nunca oficial.
El tricolor fue un factor de sumisión importante para el cumplimiento de los objetivos políticos del morenovallismo.
Por interés económico, miedo o supervivencia política, los priistas poblanos, desde sus trincheras respectivas, estuvieron siempre, incondicionalmente, a sus órdenes.
Pero jamás se atrevieron a dar el paso siguiente: legalizar el amasiato.
Curioso que hoy, Lalo Rivera, acérrimo enemigo de Moreno Valle, haya logrado lo que el finado nunca pudo lograr.
Es cierto que las cosas han cambiado; que a diferencia de hace algunos años existe un poderoso enemigo en común: López Obrador y su Movimiento de Regeneración Nacional.
Un adversario que crece, se les escapa y amenaza con eternizarse en el poder.
Por eso consideran que, en esta complicada realidad, ya no es necesario el cuidado de las formas.
Que vale la pena entregarse entusiastas al más descarado pragmatismo, aunque de paso manchen la memoria de Gómez Morín, González Luna, Calderón Vega, Gutiérrez Lascuráin, Luis H. Álvarez, Castillo Peraza, Manuel Clouthier y muchos otros que dedicaron su vida entera a combatir al PRI.