Por Alejandro Mondragón
¿Y qué sigue después?
¿La reelección presidencial?
Tales preguntas no tienen desperdicio en el contexto de construcción de la Nueva República de la 4T, a la que Andrés Manuel López Obrador y los suyos se han apostado.
No sólo es desmontar el andamiaje jurídico, legislativo, político, económico y social que dejaron los gobiernos neoliberales del PRI y PAN, sino –a la par- edificar un modelo basado en el Estado, como figura de control.
Nada más que el ritmo de desmantelamiento de las estructuras del pasado va a pasos acelerados, ante la ausencia de contrapesos reales, mientras la construcción de la Nueva República avanza como la campaña nacional de vacunación contra el Covid-19.
López Obrador ya se convenció en la recuperación del Estado Rector de la vida política, económica y social. Aquello que amenace al proyecto, entonces debe desaparecer: órganos autónomos, Banco de México, competencia económica en materia eléctrica y apertura de Pemex.
Siempre se tiene a quién culpar: la mafia del poder que fue impune y corrupta. Que saqueó las arcas nacionales para favorecer a una casta.
El discurso suena bien para campaña, pero en el ejercicio del poder sí prende los focos rojos sobre la ruta que lleva el país.
La política populista del clientelismo, mediante de la entrega de becas, apoyos en efectivo y demás, a través de los llamados Servidores de la Nación, más tarde que temprano se agotará cuando ya no haya más que repartir del erario. Se haya agotado la hacienda pública.
Por eso, se meten con la autonomía del Banco de México, que si prospera no tardará en caernos una devaluación. La desaparición de órganos autónomos para rendir cuentas sólo a través de las mañaneras.
Y la re estatización de la energía eléctrica, en plena apertura comercial traerá más dolores de cabeza.
Pero eso sí, López Obrador siempre dejó en claro lo que quería hacer como presidente y así lo votaron los mexicanos.
Ahora, que con su 4T se lo coman.
